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sábado, 5 de septiembre de 2020

Música y Siglo XX. París: primeras vanguardias y centro de confluencia del arte ruso y occidental.

* París entre dos siglos: centro cultural y artístico de las primeras vanguardias. Poesía, Música y Pintura. Renacimiento de la música francesa. Antecedentes: Société Nationale de Musique, La Schola Cantorum. Reacción a la influencia wagneriana. Los iniciados: Fauré, Debussy, Ravel.


París y Belle époque. El ambiente. El anti romanticismo. Paralelos: Stravinsky-Pablo Picasso.


Impresionismo pictórico y musical. Simbolismo literario. La música invade el resto de las artes. Abandono de las grandes estructuras sinfónicas. Debussy, Satie, Ravel. La Exposición Universal de Paris 1889: contacto de occidente con oriente.


Llegada y recepción de la música y el arte rusos en Paris. Antecedentes: nacionalismo (Balakirev-Grupo de los seis) y cosmopolitismo (Tchaikovsky), la vía mística de Scriabin. Confluencia del escenario francés y ruso a través de las figuras de Diaghilev, Stravinsky y con extraordinario éxito del estreno en París de Boris Godunov de Mussorgsky.


Sergei Diaghilev: La formación de los Ballets Rusos. Fructífera relación de Diaghilev y Stravinsky: Esplendor en el primer cuarto de siglo. Stravinsky: símbolo musical del siglo XX, anti impresionismo, anti romanticismo. Sus primeros ballets



La Europa de principios de siglo, está cansada y hastiada de si misma. El primitivismo inocente de los hombres de las tierras lejanas de Rusia se incorpora al refinado juego de las artes occidentales francesas, que, sintiendo ya el ocaso pesado sobre sus cabezas, renacerán gracias a la unión del esteticismo francés y a la fuerza primitiva de Rusia.

El París de la “Belle Époque” y la fuerza primitiva de Rusia son dos escenarios que se encuentran y confluyen gracias a genios como los de Stravinsky y Sergei Diaghilev y a la conmoción que causa Boris Godunov de Mussorgsky en Paris y sobre todo en la conciencia del joven Claude Debussy que despierta del narcótico wagneriano.



París entre dos siglos: centro cultural y artístico de las primeras vanguardias. Poesía, Música y Pintura. Renacimiento de la música francesa. Antecedentes: Société Nationale de Musique, La Schola Cantorum. Reacción a la influencia wagneriana. Los iniciados: Fauré, Debussy, Ravel.

París entre dos siglos, sin ningún tipo de duda es el centro cultural de Europa. Las artes florecían en la capital francesa donde existía, una tradición vanguardista sólidamente establecida, que ejercería un impacto considerable en el arte moderno. 
Los poetas simbolistas Stéphan Mallarmé, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, así como los pintores impresionistas que enfatizaron los elementos puramente formales a expensas de las representaciones convencionales, derribaron completamente los principios del Realismo del Siglo XIX, por lo que hacia el cambio de siglo Francia estaba ya situada en la era de una nueva época artística.

A pesar de esa tradición vanguardista en el campo de la literatura y de las artes plásticas, curiosamente, la música francesa permanecía sin desarrollarse, estancada bajo la influencia de los tipos formales alemanes y de sus principios estéticos. 
Sin embargo, antes de finales de siglo, comenzaron ya a aparecer una serie de signos que señalaron la existencia de una nueva dirección más independiente. 
En 1871 en un intento de medir la penetrante influencia de Wagner y la tendencia hacia el cromatismo de finales del Romanticismo, una sociedad nacional de música, La Société Nationale de Musique, fue fundada por un grupo de jóvenes compositores entre los que se encontraban Camille Saint-Saëns (1835-1921) Emmanuel Chabrier (1841-1894), y Gabriel Fauré (1845-1924), con el propósito de inspirar un renacimiento musical de carácter específicamente francés.

El lenguaje wagneriano se imponía para muchos compositores franceses en el último tercio del Siglo XIX. La mayoría se bañaban en las armonías sensuales de Wagner. La famosa carta de admiración del poeta Baudelaire a Richard Wagner inicia una corriente de simpatía en los pintores, poetas y novelistas franceses hacia el Wagnerismo. Wagner se convirtió en el dios de los poetas simbolistas.


La corriente liderada por César Franck y su escuela (Schola Cantorum) integrada entre otros por Vincent D´indy, Ernest Chausson y Henri Duparc, va a contribuir al engrandecimiento y renovación de la forma sinfónica y de la canción poética. 
Son compositores que aun permaneciendo fieles a la tradición francesa les es imposible dar la espalda a la música alemana y practican una música extrañamente ambivalente. Son muchos los que advierten la intensa influencia wagneriana y que hacen esfuerzos frenéticos para evitarla. Pero salvo a la corriente más mediterránea, representada por Bizet, Saint-Saëns o Lalo y el más que independiente Fauré, el wagnerismo alcanzaría al mismísimo Debussy.

La herencia que se ha expuesto va fructificando, en los primeros años de siglo. Los aficionados habituales de los grandes conciertos sólo apostaban por Wagner, pero un pequeño clan de iniciados veía afirmarse en Fauré, Debussy y en el joven Ravel, el renacimiento de la música francesa. 
Son el puñado de entusiastas que han respaldado la renovación en la ópera de Debussy, Pelléas et Melisande en 1902, la Mer en 1905. Todo un arte muy próximo por su refinada sensualidad al de los pintores impresionistas. 
No olvidemos que Fauré compone obras como la Bonne Chanson en 1891 y el segundo Cuarteto es de 1884. Obras compuestas en el siglo anterior y no obstante un arte tan nuevo. Sobre todo, tan latino y mediterráneo por su oposición a la quincallería de la Tetralogía wagneriana, así como a los arrebatos de Isolda cuya pasión tormentosa no tiene nada en común con Melisande. 
Mientras que Erik Satie era objeto de burla por sus “Trozos en forma de pera”, se esperaban Ariadna y Barbazul de Paul Dukas y La Tragedia de Salomé de Florent Schmitt. De esta manera nos vamos encontrando con amplio arco de maestros franceses renovadores y entusiastas sin reparos por ejemplo del “Pájaro de Fuego” de Igor Stravinsky que acogieron al ruso como a uno de los suyos, aún casi desconocido.


París y Belle époque. El ambiente. El anti romanticismo. Paralelos: Stravinsky-Pablo Picasso.

Alrededor de 1905, el París que conoció el empresario ruso Diaguilev cuando llegó para organizar su famosa exposición de arte ruso en el salón de Otoño, así como el que vivían otros tantos artistas de la época ya no era propiamente aquel París de la Belle Époque. La pretendida “Belle Époque” se debía en parte a una visión parcial de las cosas, cuando no a un juicio superficial. 
La gente elegante se lamentaba de la desaparición del tiempo de los equipajes, tan propicio para los vestidos de cola y los inmensos sombreros ataviados con plumas y para tantos perifollos que resultaban cada vez más ridículos, a medida que se desarrollaban los nuevos medios de locomoción mecánica, tranvías y autobuses que poco a poco iban sustituyendo a los coches de caballos. 
Incluso en el Bois de Boulogne, lugar selecto, los vehículos De Dion y los Panhard con sus soberbias carrocerías realzadas con colores rutilantes, habían facilitado, al amparo del deporte (palabra desconocida para el hombre de la calle de finales del siglo XIX) la introducción del “Chic inglés.” 
Sin duda hay que atribuir también a la “Belle Époque” aquellas fiestas de suntuosidad inaudita, casi insolente, dadas por las familias de más prestigio y posición; y también quizás aquella vida de placeres ficticios, caracterizada por Toulouse Lautrec, que se llevaba tanto en Montmartre como en otros ambientes de París. 
En resumen, este siglo XX, iniciado con algunos años de retraso, sólo se habría distinguido del anterior por signos externos (la moda, el aspecto de la calle) si no hubiese sido por los progresos de una civilización en vías de mecanización.

Entre tanto París es un hervidero para el arte. En el teatro y la literatura los esfuerzos de los autores simbolistas empiezan a retener a un público atento “avanzado” según la expresión de moda que despreciaba las obras de “bulevar” o las intrincadas historias excesivamente dramáticas y realistas. 
Pero tal vez sea en el “anti romanticismo” en las artes cuyo desarrollo se verá potenciado por la Primera Guerra Mundial, una de las características esenciales por la que las dos primeras décadas del siglo XX se opone al XIX. Ejemplo paradigmático entre los artistas en la época que nos ocupa, es la poderosa personalidad que poco a poco se va descubriendo, de Pablo Picasso que domina la historia de esta revolución estética. 
Este rechazo del énfasis romántico es ya evidente en sus telas de la época rosa, que dejan ver aun la expresión de un sentimiento que, a pesar de su moderación totalmente clásica, ha sido intensamente vivido por el pintor, frente a las miserias y esplendores de la vida de la gente de circo y de feria. Hasta la época negra, Picasso no tendió hacia la desobjetivación del cuadro que, más allá del cubismo, le llevaría a la pintura abstracta. 

Pero justo es observar que ya incluso antes, Paul Cézanne, fallecido en 1906, no veía en el cuadro más que una equivalencia plástica de la naturaleza-tema. De manera que parece ser el primero en haber librado la pintura de su sujeción frente al modelo, siendo su propósito reconstruir, partiendo del tema, un universo pictórico de planos y líneas que tienda a una existencia autónoma de naturaleza puramente estética.

Entre los músicos, emerge novedosa la figura de Stravinsky para quien Cézanne y Picasso no serán sólo objeto de admiración: por la orientación que el pensamiento de aquéllos toma, coincidirán con el espíritu del músico y, confirmándole en sus disposiciones naturales, le incitarán a adoptar, en lo que concierne a las relaciones de la obra de arte con el mundo exterior, una actitud paralela a la suya.


Impresionismo pictórico y musical. Simbolismo literario. La música invade el resto de las artes. Abandono de las grandes estructuras sinfónicas. Debussy, Satie, Ravel. La Exposición Universal de Paris 1889: contacto de occidente con oriente.

Estamos en el comienzo de la deconstrucción de la música promovida en el siglo XX que ya encontramos en la últimas y premonitorias composiciones de Gabriel Fauré y que tomará carta de naturaleza en el genio de Debussy y el llamado “impresionismo musical.” 
Pero esta deconstrucción de la música es indisociable de varios factores de distinta índole vinculados al surgimiento de una nueva forma de entender el arte que surge una generación anterior al “impresionismo musical”: el simbolismo literario y el impresionismo pictórico, así como la total interdependencia que se dio en Francia de música, poesía y pintura en los albores del siglo XX.

Varios factores contribuyeron al nacimiento de un nuevo mundo sonoro en los primeros 15 años del siglo XX en Francia. Así, el nuevo estilo musical se incardina dentro de una nueva visión del arte: el impresionismo. Y aunque volveremos sobre el tema en próximas entradas, esbozamos el panorama. 

El término "impresionismo" resulta bastante útil para distinguirlo del "expresionismo" del arte alemán de aquel tiempo, pero no se pueden considerar totalmente exactos los paralelismos entre la música y otras artes.

El movimiento impresionista nace a partir de 1850. En las cercanías de Fontainebleau. Un grupo de pintores abandonan el taller y trabajan al aire libre. Observan la Naturaleza: el ir y venir del día, el eterno juego de la luz y sus reflejos. El movimiento impresionista se estaba preparando y en 1872 Claude Monet nos ofrece “Impression, Soleil Levant”
La nueva escuela pictórica debe su nombre a este cuadro. Ha nacido una nueva actitud respecto a la luz. Ya no se trata de pintar los objetos con sus colores locales, sino con sus reflejos de luz. Lo importante no son los objetos, sino la atmósfera que los envuelve. El centro de gravedad se traslada del objeto a la impresión del artista.

Otro factor coadyuvó a la formación del nuevo mundo sonoro: La interdependencia de las artes y artistas. Hasta el advenimiento del impresionismo, hablamos en las artes de influencias mutuas: entre música y literatura, entre música y pintura. Pero a finales del siglo XIX francés, la música invade directamente todos los campos. 
De forma que Los simbolistas en literatura y los pintores impresionistas, llevan como bandera la musicalidad. Paul Verlaine, el poeta popular del simbolismo, había hallado en la música de Gabriel Fauré una segunda existencia. El simbolismo en las manos de Mallarmé busca otros matices, otras resonancias, que no hallarán su lenguaje propio y autentico hasta la música de Debussy. (Poema de Mallarmé a la Siesta del Fauno y Preludio de Debussy)

No es extraño que poetas y pintores fuesen los primeros y mejores admiradores de Debussy que fue asiduo concurrente a la famosa tertulia de Mallarmé. Paul Dukas evoca el ambiente en las tertulias de Mallarmé: Impresionismo, simbolismo, realismo poético se confundían en un gran concurso de entusiasmo, de curiosidad de pasión intelectual
Una total simbiosis se produce entre poesía y literatura simbolista con la pintura impresionista y la música que invadirá todos estos campos: Sonetos de Mallarmé y de Verlaine a Richard Wagner, pinturas de Degas, recuerdos de Renoir y de Monet. La amistad del compositor Chabrier por Cézanne y Manet

Los pintores hablan de sonido y los músicos de color. Whisler en América pinta títulos como (Nocturnos en Azul y Plata o Sistema Melódico.) Stéphane Mallarmé se incorpora pronto a la historia del impresionismo musical: Debussy pone música al poema de Mallarmé y compone el mítico Prélude à L´Après-Midi d´un Faune. (1894)
Arthur Rimbaud y Paul Verlaine cuentan entre los más destacados seguidores del simbolismo, del cual arranca el impresionismo musical que nace una generación después que el pictórico. Pintores y poetas buscan el misterio y nuevos campos de sensualidad; todos apasionados wagnerianos, como lo fue Debussy en sus primeros años. 
Todos, pintores, poetas, escultores, descomponían la materia, la reformaban y deformaban a su capricho, la interrogaban, buscando sentimientos nuevos a las palabras, a los sonidos, a los colores y al dibujo.

El joven Debussy se confiesa wagneriano hasta la “negación de los más simples preceptos de la civilización”. Pero con el tiempo, Wagner, su “hechicero” se convierte en su “envenenador”. Peregrinará como tantos a Bayreuth en 1888 pero allí empieza a ver claro y a sentir una repulsión hacia la fogosidad y el desenfreno del Tristán. Le repele la precisión de Wagner y su empeño en expresarlo todo repetidamente hasta el final. Necesitaba ir más lejos. El temperamento delicado de Debussy ama lo incierto, los colores del anochecer, el “más o menos”, lo intangible.

La adoración de la Naturaleza se convierte en la religión de Debussy. Le parece más importante contemplar una salida de sol, o admirar las catedrales que forman los arboles que escuchar “La Pastoral” de Beethoven. Sueña con una orquesta a la que se unan voces humanas, que evoquen el rumor de las copas de los arboles y que logre hacer sonar la luz del día. Pero su culto a la naturaleza, no es el apasionado culto que siente Beethoven derivado de un sentimiento ideal, sino el de una unión feliz con el color, el sonido y el perfume, tal como cantó Baudelaire: “Como ecos que de lejos se confunden en una tenebrosa y profunda unidad vasta como la noche y la claridad, perfumes, colores y sonidos se corresponden.”

El impresionismo busca una música y un arte que no tocara el suelo. De este modo, la textura fue ganando cada vez más en importancia. La forma tenía que ver con aquello que se oía y, sobre todo nos encontrábamos frente a un sentido del color. El paisaje se hace subjetivo, y orgánico en la música en Debussy y en general en los músicos impresionistas. Efectos de delicia sensual, de timbre, de caricia armónica. 
Pero la parte más honda de Debussy permanece al margen del gran público y esto explica su apartamiento y su enorme capacidad de desprecio. 
Por primera vez desde el romanticismo, la música se dirige a una minoría. Y en ese carácter minoritario y en esa primera ruptura de la tonalidad que hizo el impresionismo se encuentra ya la música actual.
De la misma forma que los pintores impresionistas restan precisión a los colores aplicando pequeñas pinceladas unas al lado de las otras, los músicos enturbian los acordes que no terminan de resolverse y que se convierten en un fin en si mismo. La fusión de intervalos inmediatos hace ya imposible el predominio de la tonalidad, de la certeza y de la estabilidad tonal.

Otra de las características de este nuevo mundo sonoro, es el abandono las grandes estructuras sinfónicas construidas como catedrales a lo Bruckner, Mahler o Richard Strauss; la desaparición de las reglas fijas que rigieron la modulación o la progresión. Debussy hizo con las relaciones tonales lo que Monet y Cézanne con las tradicionales relaciones con los colores: ¡Fuera! Y las eliminó.

Un acontecimiento histórico contribuyó decisivamente a la renovación de la música francesa: La celebración de la Exposición Universal en Paris en el año 1889: los pabellones javaneses y balineses de la Exposición, inspiran nuevas propuestas a los pintores impresionistas, a los escritores simbolistas y seducen a músicos como Debussy y Ravel. 
En el poblado javanés que se ha reproducido en la Exposición, cantan y bailan músicos de Bali y Java. Son Danzas de movimientos atrayentes, ingrávidos, con un sentido del ritmo y del matiz convertidos en sutiles formas. Es la época en que gustan las "chinoiseries" y los dibujos japoneses, con su arte de la insinuación y su predilección por la pincelada corta. De la música de los javaneses, Debussy adopta una formula musical: la escala de tonos.

A menudo olvidamos que Claude Debussy perteneció a la misma generación que Hugo Wolf y Gustav Mahler, pero mientras estos siguen angustiosamente arrastrados por la poderosa corriente romántica, Debussy rema en el aguas tranquilas del impresionismo e inaugura un nuevo estilo musical plenamente contemporáneo.

Seguirán a Debussy algunos compositores que se ganan la fama y simpatía del público (Paul Dukas 1865-1935, cuya figura ya la vimos al tratar del tránsito de la música francesa del XIX al XX , más anclada en la tradición que en la nuevas corrientes. También Albert Roussel (1869-1937) y Florent Schmitt (1870-1958.) 
Roussel y Schmitt, en los años de la primera década del Siglo XX, reciben la influencia de Debussy y César Franck. Luego caerán en un cierto academicismo en defensa de la mejor tradición musical francesa, frente a los “excesos de sus compatriotas”, el Grupo de los Seis.

El otro gran compositor impresionista es Maurice Ravel. Su carrera se superpone a la de Debussy con ciertos rasgos comunes que representan más o menos los mismos antecedentes y tradiciones. Se clasifican a Debussy y a Ravel en la categoría de los impresionistas y son, en efecto, los dos únicos impresionistas de relieve. Pero sus diferencias eran mucho mayores que los lazos comunes. Debussy sensual, Ravel mucho más objetivo. La música de Debussy flota sobre un colchón de aire, la de Ravel late como un cronometro bien ajustado.“Un relojero suizo decía de él Stravinsky.” 

En este panorama de la música francesa de principios de siglo, como hemos señalado, un elemento esencial en la evolución del modernismo musical en Francia fue el rechazo del romanticismo alemán. El compositor que, incluso en mayor medida que Debussy se adhirió a esa nueva tendencia fue Erik Satie (1866-1925.) Satie va más allá que sus contemporáneos al reaccionar contra las fuerzas musicales dominantes del último Romanticismo: intensidad pasional, cromatismo y gigantismo Wagneriano. 
La música parece estar reducida en Satie a su núcleo más puro, desabastecida de toda ambición emocional y expresiva. Incluso en mayor medida que Debussy, Satie encontró, durante sus primeros años, motivos de inspiración removiendo entre las cosas que le rodeaban día a día. Estudió arte gótico y música medieval y, al igual que Debussy, creyó que el canto gregoriano podría proporcionar las bases para un nuevo tipo de melodía. Satie también se vio enormemente influenciado por la música oriental que oyó en 1889 en la Exposición Universal de París.
Los músicos se entregaron al impresionismo algo más tarde que los pintores. Ravel a veces se considera su ultimo exponente pero el impresionismo prolonga su influencia sobre polaco Karol Szymanovski y el italiano , Ottorino Respighi y por los países del norte de Europa, compositores como recogen ecos del impresionismo

Así como en pintura podemos hablar de un impresionismo alemán a pesar de las grandes diferencias con el francés, es inútil buscar en Alemania una escuela de impresionismo musical como la que forman Debussy y Ravel en Francia. El estilo evocativo y sutil de Debussy y Ravel poco tienen que ver con el estilo colorista-narrativo de Richard Strauss; Debussy sueña tumbado en el césped, (Nocturne Nuages.) Strauss describe con precisión lo que siente y percibe al subir por la montaña (Sinfonía Alpina.)

Finalmente hemos llegado a la confluencia de los modernos escenarios francés y ruso. El impresionismo musical recibe también influencias de España, de Europa oriental y de Rusia debidas a la atracción que sienten los poetas y pintores por lo exótico y lo lejano. No olvidemos que Gauguin abandonó Europa para buscar entre los colores de Tahití. A la experiencia que representa el contacto con el extremo oriente sigue otra muy importante que es la llegada del arte ruso a Paris, a la que contribuyen decisivamente dos gigantes: Igor Stravinsky y Sergei Diaghilev.


Llegada y recepción de la música y el arte rusos en Paris. Antecedentes: nacionalismo (Balakirev-Grupo de los seis) y cosmopolitismo (Tchaikovsky), la vía mística de Scriabin. Confluencia del escenario francés y ruso a través de las figuras de Diaghilev, Stravinsky y el extraordinario éxito del estreno en París de Boris Godunov de Mussorgsky.

Al este de Europa, Rusia ha permanecido inmune a la influencia wagneriana. Rusia más bien se debate a finales de siglo entre el nacionalismo de Balakirev y del Grupo de los Cinco y el cosmopolitismo u occidentalismo de músicos como Anton Rubinstein o Tchaikovsky. En todo caso los compositores rusos hacen un frente común ante Wagner. En el este de Europa se desarrolla la experimentación rusa con Mussorgsky, el misticismo postromántico de Scriabin y el politonalismo y anti romanticismo del joven Stravinsky que permanece como estatua de piedra frente al gigante Wagner.

La influencia de Scriabin va a ser enorme y alcanza a todos los órdenes de la cultura rusa, pero desdeña el nacionalismo. En la música de Scriabin, la aspiración mística, la preocupación musical científica (el acorde místico, la sinestesia, el piano de colores) el ascetismo y la exaltación cromática. Sus obras son escuchadas por las nuevas generaciones europeas dispuestas a liquidar el mundo tonal y adentrarse cada vez más en la experiencia expresionista. Sin embargo, la inmediata influencia de Stravinsky apagó la importancia de Scriabin. El último periodo de su obra se basa en una única línea de armonía disonante, el llamado ''acorde místico"; éste, o sus pequeñas variaciones. El esfuerzo de Scriabin para crear lo que en efecto fue un nuevo sistema de organización tonal como substituto del tradicional, marcó un importante estado en los desarrollos musicales que se llevaron a cabo durante los primeros años del siglo.

Rusia se nutre de una tradición de la experimentación musical en parte basada en recursos folclóricos rusos y en cierta medida independiente de la tonalidad occidental que se estableció durante el siglo XIX, desde Glinka a través de Dargomizhsky hasta Mussorgsky y Rimsky-Korsakov. Un rasgo característico de esta línea fue la utilización de las escalas modales y "exóticas" no occidentales. El compositor ruso que llevó a cabo esta tendencia de forma más consecuente fue Scriabin.

No podemos olvidar el precedente Mussorgsky en la renovación del nuevo mundo sonoro. Compone Boris Godunov,(1872) que pronto se convierte en un acontecimiento nacional y después internacional. Lo verdaderamente nuevo en Boris Godunov desde el punto de vista artístico, es la manera naturalista de presentar al Zar. Por primera vez vemos a un hombre sin el énfasis de los tradicionales personajes de ópera. Igual que en las creaciones de Dostoievski, asistimos a todas las congojas del criminal, descritas con el más despiadado realismo. Pocas veces se había utilizado la música para pintar semejante estudio patológico. Dos decenios más tarde de su estreno (1874. San Petersburgo), irrumpe en occidente y se reconoce su valor de revolución artística y con ella se inició la irrupción de la música rusa en Europa.

Boris Godunov representa la novedad que exalta todos los ánimos y con su deslumbrante estreno en Paris (1908), la ciudad se convierte en el centro de la cultura rusa. 
Los rusos despertarán el interés de Debussy y de la capital francesa; Boris Godunov es por fin la ópera de un compositor que no se encuentra hechizado por Wagner. No hay mitología, ni redención ni filosofía, solo hombres, naturaleza, realidad y crueldad. Comparables a Boris Godunov, por su arrebatadora fuerza expresiva, son la canciones y danzas de la muerte de Mussorgsky. 
Todo ello realizado con un escalofriante naturalismo fantástico, solo comparable al que dibujantes y pintores lograrían años más tarde, al agitarse la primera Guerra Mundial. 
Casi resulta incomprensible la manera cómo ese aficionado ruso presintió lo futuro, porque en su música se hallan, por lo menos en embrión, muchas de las cosas que caracterizan a la música de los decenios siguientes, como las osadías de timbre que Stravinsky y que otros autores habrían de emplear más tarde.



Sergei Diaghilev: La formación de los Ballets Rusos. Fructífera relación de Diaghilev y Stravinsky: Esplendor en el primer cuarto de siglo. Stravinsky: símbolo musical del siglo XX, anti impresionismo, anti romanticismo. Sus primeros ballets

En la renovación artística que estaba ocurriendo en Paris a comienzos del Siglo XX, coincidieron un buen número de talentosos artistas, pintores, escritores, bailarines y músicos. Las fronteras entre las artes se desvanecían cada vez más. Una de las figuras más vitales del arte a principios del siglo XX, no fue ni artista, ni músico sino un hombre que dijo: “mi único talento es que no tengo talento", Sergei Diaghilev. Fue un gran empresario, un gran visionario con un instinto extraordinario para encontrar el buen arte y los buenos artistas. Diaghilev logró convencer a la crema y nata de los bailarines, coreógrafos y músicos de que trabajaran juntos. Él encontró a todos los agitadores.

Entre los miembros de la compañía de Diaghilev se encontraban algunos de los artistas rusos más importantes del momento, incluyendo a los bailarines y coreógrafos, Mikhail Fokine y Vaslav Nijinsky y a los artistas y diseñadores Leon Bakst y Alexandre Benois.
Diaghilev, dirigió el proceso de formación de los ballets rusos, una compañía de bailarines, coreógrafos, artistas y músicos que trabajaron en estrecha colaboración en lo que se iba a convertir en una de las mayores fuerzas de la representación artística del primer cuarto del siglo XX. Enormemente impresionado por los brillantes trabajos orquestales del joven compositor Igor Stravinsky, Diaghilev invitó a Stravinsky a unirse a la empresa, iniciándose así una de las asociaciones artísticas más fructíferas del período moderno.

Stravinsky aparece ligado en esta época con el mágico esplendor de los ballets de Diaghilev. Éste a su vez comprende todo el sentido de la reacción anti impresionista de Stravinsky. Durante veinte años Diaghilev es la figura más genial del arte europeo. Ha estimulado en bloque y en detalle, toda la música europea, protagonista de los redescubrimientos más difíciles. 
La sagacidad de Diaghilev le permitió encontrar a otro gran compositor: a años luz de la música salvaje de Stravinsky, se encuentra Maurice Ravel que compone Daphnis et Chloé en 1912 el más sensual de los ballets jamás compuestos. Si observamos la partitura del pasaje en el que se describe el amanecer, aquello que vemos, es un aleteo casi ilimitado, una actividad formada por tantas partes minúsculas que casi parecen granos de arena, lo que oímos es naturalmente la playa entera.

Los Ballets de Diaghilev caen sobre Paris en un momento estelar de la cultura, pues van a sintonizar con las mentes literarias que dirigen el espíritu de Paris: André Gide, Jean Cocteau por un lado, y los pintores por otro, parecen asistir y colaborar al nacimiento de un arte nuevo. Desde los días de la fundación de Bayreuth no se había dado un parecido énfasis.

Stravinsky se vio muy estimulado al asociarse a los Ballets Rusos, y compuso para la compañía las partituras de tres ballets que se encuentran entre sus composiciones más importantes: El Pájaro de fuego (1910), cuya coreografía fue realizada por Fokine; Petrushka (1911), también con Fokine) y Le Sacre du Printemps (La Consagración de la primavera) en 1913, cuya coreografía pertenece a Nijinsky. Estos tres primeros Ballets de Stravinsky cierran su etapa rusa previa a la Primera Guerra Mundial.

Si existe alguien de quien puede decirse que personifica al sonido del siglo XX, ése es Stravinsky. Algo que impresiona de su pájaro de fuego, es su juventud y su energía. Aquí convergen el exotismo, el orientalismo, el sonido de las iglesias rusas, de la música popular… Todo está lleno de color. Pero ¡qué clase de colores caníbales son estos! 
Después Petrushka que irrumpe en medio del triunfo impresionista, como una avalancha orgiástica que rompe los criterios de dulzura. No se describe nada, ni se pretende una expresión personal y sentimental. 

Finalmente Le Sacre du Printemps, en medio de un formidable escándalo en su estreno (29 mayo 1913). En puertas de la guerra, La Consagración es un documento esencial de música anti pintoresca, anti pastoral y anti romántica, una música elemental, bárbara y simplemente dionisiaca que cierra la primera etapa de Stravinsky.
Constituyó para la primera mitad del siglo XX lo que la Novena Sinfonía de Beethoven y Tristán e Isolda fueron en el siglo XIX. Durante décadas originó repercusiones, pues los compositores del mundo entero imitaron los nuevos ritmos y sonoridades de Stravinsky. En la suite escita de Prokofiev, el Mandarín Maravilloso de Bartok, las óperas menudas de Milhaud y en tantas otras obras del grupo de los Seis, alcanzaban a oírse los ritmos de la Consagración. Se incorporaron al subconsciente musical de todos los compositores jóvenes
Sus variaciones métricas, su fuerza abrumadora, su disonancia casi total y su ruptura con los cánones establecidos de la armonía y la melodía. 
En cuanto al ritmo provocó una autentica explosión. En la música occidental antes del siglo XX el ritmo se escribía en compases de dos o tres tiempos. La repetición de esos grupos hacía que la música avanzara tranquilamente. Algo que la Consagración de la Primavera no hace en absoluto es avanzar tranquilamente. Salta, brinca, tiene hipo y patalea. Nos invade un universo de ritmos violentos y asimétricos.

De este modo, Stravinsky se convirtió en el nuevo apóstol del modernismo, y reemplazó a Debussy y a Richard Strauss, éste cada vez más debilitado en su retorno al clasicismo. Debussy respetaba a Stravinsky, pero sintió celos de la Consagración. Stravinsky es posible que haya percibido en ciertas partes de la Consagración elementos de Debussy, como el propio Stravinsky lo destacó en sus “Exposiciones y Desarrollos” en 1962."La Consagración debe más a Debussy que a otro cualquiera, excepto yo mismo.”

La generación europea contemporánea de Manuel de Falla, que se ha mirado en Stravinsky como cabeza, acentuó el máximo afán racionalista y el alejamiento decisivo de las premisas románticas. La música europea contemporánea aparece determinada por una compleja influencia de matices culturales: nunca han ido más paralelamente la creación musical, poética y pictórica, sometidas a las mismas tendencias impresionistas, expresionistas y puristas.




Debussy. Impresionismo. Preludio a la Siesta de un Fauno. Sergei Diaghilev : Ballets. Stravinsky: El Pájaro de Fuego. Ravel: Daphnis et Chloé. Debussy: Juegos (Por Sir Simon Rattle)




Siglo XX. Siglo del abandono de las certezas, también en el arte. Nuevos ritmos: Stravinsky y La Consagración de la Primavera (Por Sir Simon Rattle)


miércoles, 5 de febrero de 2020

Música y siglo XX. Austria y Alemania. Primeros años. Viena


*La influencia wagneriana. Tristán. Hacia la disolución del viejo andamio tonal.
*La Viena conservadora y rebelde de los primeros años
*Figuras de transición. Richard Strauss. Max Reger. Hugo Wolf. Gustav    Mahler
*Pfitzner. Busoni.
*Primeros años de Schoenberg

Nos hallamos en Viena hacia el año 1900. La música puede ser profética de una manera inquietante como un sismógrafo que detecta futuras erupciones. A finales del Siglo XIX , Europa se desprendía de su antigua piel para convertirse en algo nuevo, mas complejo y mucho mas peligroso. En una época en que las certezas del Imperio y del orden social establecido, se desmoronaban, también la música abandonaba sus certezas: abandonaba la tonalidad aparentemente para siempre.

Influencia Wagneriana. Tristán. Hacia la disolución del viejo andamio tonal

El origen más inmediato de este abandono lo tenemos en el Tristán de Wagner (1857). ¿ como pudo ocurrir aquella obra , aquel primer acorde del preludio? El acorde Tristán. Los primeros compases nos anuncian ya los maravillosos efectos que podrán obtenerse con esa especie retardo en las resoluciones armónicas. Ese acorde disonante que no se resuelve y que nos iba a llevar a la deriva en un mar de tonalidades indefinidas. La ópera comienza flotando en el aire, toma forma lentamente y alcanza un momento de dolor en un acorde que no se resuelve sino vagamente en ciertos momentos.
En el preludio las armonías se acercan constantemente a la tonalidad básica, modulan a su alrededor, pero se vuelven a alejar. La tonalidad básica, su acorde principal y la tónica pierden su valor de eje armónico. Aunque todo se refiere a ellos, no se oyen ni una sola vez; tal cosa no habría sido posible en ningún clásico. Las tonalidades opuestas se oyen sucesivamente, se mezclan y con ello Wagner se anticipa a la bitonalidad, que posteriormente había de tener un efectos decisivos.

El desarrollo que dio Wagner a la armonía ha tenido una importancia histórica. La pulverización cada vez más fina, la que podríamos llamar la atomización de la vida armónica durante los decenios posteriores, puede considerarse derivada, casi sin excepción, de la partitura del Tristán que representa un paso de gigante hacia la disolución del viejo andamio tonal de los últimos dos siglos. Tristán infringe por expresión, por lirismo y por belleza, las leyes armónicas constitutivas del consagrado principio de tonalidad.  Será Arnold Schoenberg y su Escuela los que llevan hasta sus últimas consecuencias el cromatismo wagneriano. El feroz expresionismo de Schoenberg a través del grito de angustia del áspero atonalismo sin ley, asestará un golpe mortal a la certeza tonal.

Para la mayoría de los compositores de la primera mitad del siglo XX, Wagner es una influencia inevitable y necesaria para encontrar un camino propio, o los caminos comunes, por los que habría de discurrir el nuevo mundo sonoro.
Pocos compositores escaparon al hechizo de Wagner. Inmune quedó la música rusa: Nacionalistas y europeístas rusos hicieron un frente común contra Wagner. Desde el grupo nacionalista de los Cinco hasta Tchaikovsky que asume de Occidente el poematismo de Liszt y que parece que se aburrió soberanamente cuando escuchó por primera vez el Tristán en el mismo año de la muerte de Wagner. Posteriormente, Igor Stravinsky permaneció como estatua de piedra frente al gigante Wagner. En Francia para un talento como el de Bizet, el problema Wagner no existe.

Pero para los impactados, empezando por César Franck y sus discípulos, también para Debussy y Arnold Schoenberg, para todos los seducidos, solo después de serias dificultades consiguieron despertar de los efectos del narcótico wagneriano. Los primitivos adoradores e imitadores de  Wagner harán, casi todos, juveniles peregrinaciones a Bayreuth. Todos, al llegar a su período de madurez creativa, al encontrar su línea propia e inconfundible por la que serán “historia de la música”, arrojan el lastre “Wagner” tan lejos como puedan, sobreviniendo así la negación, renegando apasionadamente de quien les hechizó tanto tiempo, normalmente en el período fundamental de la juventud.
Wagner someterá en mayor o menor medida a casi toda la música europea, no solamente a la germana. De forma sinceramente entusiasta y casi religiosa influye en Mahler, que asume al Wagner de la fiebre y de la pasión, al Wagner anarquista, romántico y rebelde. De forma burguesa, muy en la línea del Wagner final, del influye en Richard Strauss, de quien asume la destreza, la técnica.

Todo un mundo musical a finales del XIX y principios del XX, lleno de “tics” a lo Wagner inevitables, y que ponen de manifiesto que la única solución posible y coherente al wagnerismo pasaba necesariamente por la eliminación progresiva, y después total, del sistema tonal.

Antes de examinar algunas figuras de transición al siglo XX en este escenario germánico, veamos cual era el panorama de la Viena de principios de siglo.

La Viena conservadora y rebelde de los primeros años

A finales del siglo XIX en Viena, la decadencia exhala su dulce perfume. Desde nuestro punto de vista actual no es difícil de reconocer que el declive de Viena era terminal.  Pero para las personas que vivían entonces no estaba tan claro. También resulta difícil imaginar cuantas corrientes intelectuales y artísticas nacieron en la Viena de aquella época. Viena era la ciudad más conservadora de Europa: Decía Mahler, “cuando llegue el fin del mundo regresaré a Viena porque allí todo llega con 20 años de retraso.”
Lo extraño era que cuanto más conservadora era Viena más ideas producía. Cuanto peor trataba a sus artistas, más daban estos de si . Al mismo tiempo en la ciudad, el pintor Gustav Klimt era uno de los máximos representantes de la secesión o rebelión  vienesa. Un grupo así llamado por sus componentes habían declarado su independencia de las artes decorativas tradicionales. Un grupo de talentosos escritores como Arthur SchnitzlerHugo Hofmannsthal y Peter Altenberg, trabajan juntos en cafeterías, escribiendo historias agridulces sobre la inmoralidad y superficialidad características de la época. También en Viena, Ernst Mach y Sigmund Freud desarrollaban nuevas ideas sobre la personalidad con la idea del inconsciente y el poder de los impulsos sexuales. Surgió una forma de pensar totalmente nueva. Es como si al antiguo orden se le hundiera el suelo bajo los pies.

Richard Strauss

En las obras anteriores a Salomé y Elektra(1909), en sus poemas sinfónicos, explorará y explotará el cromatismo wagneriano.
En Viena resultaba difícil saber quien era conservador y quien radical. Era difícil saber donde nos encontrábamos. Cuando el arquitecto Adolf Loos pidió casi como en un rezo que se despertara a los artistas de su autocomplacencia y comodidad, Richard Strauss estrena el 25 de enero de 1909 nada menos que la inquietante ópera Electra con libreto de Hugo Hofmannsthal. Una de las obras mas desconcertantes que se hayan escrito jamás. No habría podido ser obra de un filósofo profundo, solo podía ser obra de un pragmático, de una forma clara y distinta de pensar que fue capaz de reflejar lo que ocurría a su alrededor, casi sin pensarlo.

Esta pieza es fruto de una reacción y no de la reflexión. Uno de los temas de la época era la mujer demente. No se trata de misoginia sino de una de tantas reflexiones sobre el poder del inconsciente. Elektra es la mujer psicótica, peligrosa. La imagen de la arpía que todo lo destruye y devora. Clitemnestra, madre de Elektra ha asesinado a su esposo Agamenón, padre de Elektra. El tema de la ópera es la venganza de Electra. La obra está poseída por la pesadilla y el pánico. Tiene la pesadilla arquetípica de la Viena de fin de Siglo. Todo es tan exagerado y tan cercano al mismo tiempo que aún produce desazón verlo. Strauss a su manera brillante, abrió el camino para toda una nueva escuela musical. Casi sin pensarlo demostró cuan lejos podía ir la música si abandonaba las certezas de la tonalidad. Elektra fue radical en su momento y seguro que Strauss noto cuan espantoso y solitario era aquel espacio de tonalidad libre porque jamás regresó a él. Le dejó a Arnold Schoenberg el revolucionario trabajo.

En Richard Strauss, la Escuela de Viena pudo ver la profesionalidad, el virtuosismo y el excelente oficio, pero no la entrega vehemente y con fe a una vanguardia aún desconocida para la que Strauss, mentalidad burguesa por excelencia, estaba de alguna manera negado. Muchos siguen viendo sin embargo en la música de Richard Strauss un espíritu libre que se negó ha componer otra música que fuera la que él deseaba hacer. 
Strauss, en su evolución, nos recuerda más a la próspera generación de Bismarck y de la época de seguridad, que a toda una generación rebelde, disconforme y plena de inquietudes estéticas anterior a la Gran Guerra, y que es la que, necesariamente, habría de tomar el timón de la vanguardia.
Sin embargo hay mucho de Strauss, en lo más avanzado de Electra, en el Schoenberg de Erwartung (1909) y en el Berg de Wozzeck, (1914-22) pero paulatinamente y en la escena, el Strauss amante de Mozart, como lo fue siempre, se va decantando con el paso de los años hacia un cierto nostálgico clasicismo.

En Max Reger y Hugo Wolf nos encontramos con dos mundos diferenciados: ambos son herederos de Wagner. El primero es armonista sabio, y el segundo vive el fin trágico de la demencia, con la conocida superproducción genial de sus lieders o Canciones inmediatamente antes del desastre.
Reger tiene asumido mucho del cromatismo, de la armonía avanzada de Wagner. Se moverá entre un lenguaje armónico de enorme audacia y personalidad que introduce un cromatismo de gran inestabilidad tonal. Pero, y esto es importante, no desdeña a Brahms y vuelve sus ojos a Bach, lo que le convierte de alguna manera en un compositor pre-serial, muy inmediato al Schoenberg asimilador de los viejos procedimientos contrapuntísticos. Camina en una tendencia formal conservadora que ve en las audacias de Mahler o Strauss una infidelidad a las tradiciones musicales alemanas y se decantará, en este sentido por una postura constructiva y formal, por una línea similar a la de Busoni y su espíritu del "Nuevo Clasicismo" desde el que se reivindica a Bach, a Beethoven y a Brahms sin desdeñar la asunción de formas como la Fuga o la Variación concebidas formalmente en el viejo estilo.

Hugo Wolf muestra una influencia literaria decisiva que le separa de Reger, en muchos sentidos su antítesis, pero que le acerca a su amigo Gustav Mahler y al primer Schoenberg. Sus lieder o canciones son de una enorme sutileza armónica que, además, se adecúa con gran sensibilidad al texto y al devenir melódico. 
Un poco en esta línea, podríamos constatar la existencia de Busoni, también conocedor personal de Mahler, que presenta una de las primeras manifestaciones de vanguardismo libre, original y antirromántico. Busoni también llama la atención sobre el contrapunto en su obra, "Esbozo para una nueva estética musical". Busoni cuestiona ya definitivamente (aunque siempre sobre el papel) a la vieja tonalidad, y sus planteamientos generales son tan sugestivos como revolucionarios, pero nunca pasaron de ser en este compositor, de un intelectualismo teórico.

Gustav Mahler

Pero la huella más “visible” hasta el primer Schoenberg, y también hasta el primer Alban Berg, es precisamente la wagneriana, pasando ante todo por un hito fundamental que es Mahler (para muchos sin duda el prólogo inmediato a la Escuela de Viena.)

Mahler, posiblemente, una de las mejores “lecturas” de Wagner. Mahler recoge en vida y obra al mejor Wagner, a ese Wagner de la revolución, rebelde, anarquista, romántico e hipercrítico para con su mundo presente, como también asume al Nietzsche que está en esos momentos en las cabezas pensantes de la Europa previa a la Gran Guerra.
Mahler fue uno de los mas fieles admiradores y seguidores de Schoenberg y de sus radicales experimentos figura de transición pero central, no solo en Viena sino también en estos primeros años de la música del siglo XX.
Mahler anti burgués se olvida de la moderación y la restricción convencional, pero la vivencia wagneriana está aquí presente, catalizando al primer Schoenberg de la Noche Transfigurada (1899) o los Gurrelieder (1901), o anticipando, desde la Séptima Malheriana (1904-05), la Sinfonía de Cámara (1906) del joven compositor vienés.
Un poco perplejo ante Schoenberg, cuyos planteamientos estéticos no comprendía ni podía compartir, no asfixia ni dogmatiza, sino que le ayuda incluso económicamente, desde la creencia de lo que, posiblemente, intuyó como necesario futuro. A cambio, tanto Schoenberg como sus alumnos Berg o Webern así lo reconoció el primero más de una vez, sienten un sincero entusiasmo hacia las sinfonías de Mahler que no es, ni de lejos, tan incondicional hacia otros compositores.
Su música está impregnada tanto de una profunda nostalgia del pasado como de una intensa y futura modernidad. Ahí tenemos el tercer movimiento de su séptima sinfonía , pieza nocturna, un viaje a través de la noche hacia un día deslumbrante pero efímero y peligroso. Ese movimiento tercero lleva la indicación : "Sombrío". Y es una pesadilla. Y es que la noche es una constante en estos primeros años del siglo XX.

Recordamos a Pfitzner, defensor a ultranza de las últimas esencias del romanticismo. Militó siempre en una posición anti intelectual que creía a pies juntillas en la inspiración como supremo ente creador. Su figura se situará, y no es casual, entre los más polémicos detractores de Schoenberg y de su Escuela.
Pfitzner, a través de importantes obras teóricas como “El Peligro Futurista”, observa con terror que tras Wagner, y con la Escuela vienesa, estaba sobreviniendo la más espantosa profanación de Euterpe que cupiera imaginar en la historia de la música. No pudo dejar de ver en la nueva integración sonora, otra cosa que la falta de espontaneidad y, después, un conjunto de reglas artificiosas y arbitrarias, que suplantaban a lo que había sido el “plan” musical único e indiscutible en la historia de la música: la “inspiración”. Posteriormente, la creación del método serial dodecafónico por parte de Schoenberg a partir de 1923, no haría sino aumentar en muchas mentes musicales de Europa este mismo sentimiento hostil que pudo sentir Pfitzner, generándose así una reacción que se prolongará durante muchos años.

Primeros años de Arnold Schoenberg

Schoenberg y La Escuela de Viena ofrecerán, por consiguiente, su alternativa a una “necesidad” preexistente, no como incapacidad creadora, como pudo verlo Pfitzner, sino como la obligación coherente de un compromiso estético adquirido. 
Schoenberg expondrá este extremo con claridad, y no sin un cierto sentimiento de añoranza, cuando dice: “…No me ha sido dado el poder seguir escribiendo al estilo de mi “Noche Transfigurada”, de los “Gurrelieder” o de “Pelleas”. El destino me ha impuesto un camino más duro. Siempre ha vivido en mí, sin embargo, el deseo de volver a componer en el estilo antiguo y de vez en cuando he cedido ante él…”

Stuckenschmidt, en un sentido similar, puede hablar del talante “no revolucionario” de Schoenberg, Alban Berg o Anton Webern, refiriéndose, a que “no se consideraban en absoluto como revolucionarios, sino como portadores de la antorcha de una tradición sagrada que tenían que conservar, desarrollando las consecuencias extremas del clasicismo y del romanticismo”. Para compositores como Schoenberg, Webern y Berg la idea de abandonar la tonalidad no significaba la destrucción de las antiguas leyes sino que representaba la posibilidad de avanzar y hacerse con nuevas energías. El propio Webern habló más tarde de esa época, de los años de la preguerra para referirse a un momento en que cuaja la idea de un alejarse volando de la tierra como un joven pájaro, sin alejarse demasiado para sentirse seguro pero sí lo suficiente como para ir adquiriendo fuerza y audacia.

Si simplemente abandonamos la certeza de un acorde y la certeza de la escala que nos parece simple y natural y nos trasladamos a un mundo en el que las notas no tienen jerarquía, en el que no se empieza con la tónica, y se continua con la dominante y se vuelve a la tónica, sino que las doce notas, son iguales, y conviven en una especie de orden musical “democrático” entonces estamos en la música del siglo XX.

No fue pues fácil, el camino para los compositores vieneses. Su procedencia es la de un romanticismo agonizante que obedece ya no sólo a unos criterios técnicos y constructivos caducos, sino a una sensibilidad estética e intelectual que entrará en crisis, ante todo tras la Primera Guerra Mundial. En los años previos a la Primera Gran Guerra, asistiremos en Alemania, al final de una mentalidad que se había nutrido de conceptos programáticos, expresivos y extra musicales, típicos del romanticismo. Es el  final de esa mentalidad que mantenía Pfitzner que entendía que el origen del arte procede del inconsciente y de la inspiración,  que se otorga como una gracia y que por lo tanto, la capacidad y el esfuerzo intelectual en la composición, es un esfuerzo vacío.

No obstante, el Schoenberg que en 1906, a los treinta y dos años, se inclina "ante la grandeza" de la Sexta Sinfonía de un Mahler aún vivo, ha de pasar, durante varios años por el espíritu del "tránsito". El mismo reconoce en obras como su sexteto, Noche Transfigurada o los Gurrelieder, el modelo de la "melodía infinita" wagneriana, o un desarrollo de la variación típicamente brahmsiana. Igualmente Schoenberg en sus primeras obras continúa la inercia orquestal hipertrófica en el caso de los Gurrelieder, o el poematismo con ribetes de Strauss en Pelleas (1903). Pero no se trata de un continuismo sin más; son, por una parte, las últimas especulaciones con un cromatismo hiperdesarrollado y, por otra, la estética expresionista del período atonal que se atisba con claridad.
Boulez, se refiere a este período de Schoenberg como “una exasperación del romanticismo que termina en barroco flamante”, pero que al poco tiempo invertirá sus premisas anteriores: sobrevendrá cada vez más la reducida orquesta de cámara y el contrapunto. Una cada vez mayor severidad y una mayor transparencia desde la economía de medios, que llegará a la máxima economía y luminosidad en Anton  Webern.

El joven Arnold Schoenberg formaba parte de aquel ambiente, imbuido totalmente de las ideas del romanticismo. Había heredado el mundo de Wagner como tantos y sentía que no le quedaba mas remedio que seguir adelante y demostró cuan lejos podía llegar la música si ésta abandonaba las certezas de la tonalidad. De su “Noche Transfigurada” se dijo por la crítica: es como si se hubiera tomado la partitura de Tristán e Isolda cuando todavía estaba húmeda y la hubiera emborronado. La Noche Transfigurada es un viaje armónico de complejidad tortuosa en la que la tonalidad se fuerza a tal extremo que comienza a perder forma y comenzamos a sentirnos perdidos.

Volvemos a La Noche a lo Sombrío, constante en la obras contemporáneas de estos primeros años como veíamos en el movimiento tercero de la Séptima de Mahler. Si durante el siglo XIX la imagen de la Noche y la del Bosque representaron algo espiritual, que curaba, que daba fuerzas, adonde se iba a buscar alivio, en algún momento de finales de siglo, la noche se convirtió en un lugar de miedos y peligros psicológicos. Se transformó en un lugar de sombras donde nos posee el poder del inconsciente. Es un mundo de pesadillas. (Claramente en Erwartung - La Espera de Arnold Shoenberg)

Durante los últimos años del siglo XIX, uno de los grandes temas que se trata en todas las artes es el ansia de la muerte y la añoranza del olvido. En la música de Schoenberg, se vuelve al recuerdo de una certeza que ya no puede existir. Oímos las dudas y miedos, su preocupación obsesiva por el oscuro y solitario camino que recorría. Su dolor y su nostalgia del romanticismo del Siglo XIX que había dejado atrás. En Las Cinco piezas para orquesta opus 5 (1909) o otras tantas de esa época parece que  flotamos en un mar de tonalidad indefinida. Los rasgos de la nueva música están aquí, con esa súbita sensación de repetición obsesiva. Lo más inquietante, incluso en la época de Freud, es la impresión de que esta música surge, ya desarrollada, directamente del subconsciente.
Hay que imaginar a un artista en medio de todas aquellas posibilidades, produciendo un arte fantástico pero sin fundamento, sin una disciplina sobre la cual trabajar. También le tocaría a Schoenberg tras finalizar la Primera Gran Guerra, la tarea de encontrar algo que sustituyera a la tonalidad y a la armonía y encontrar una estructura sobre la cual se pudiera trabajar, pues de hecho la lógica de la libertad total lleva a la locura.



Video y exposición acerca de estos primeros años de la música del siglo XX en el ámbito germánico por Sir Simon Rattle.
Enlace al video : https://www.youtube.com/watch?v=9BR-8VS3W4g



Acerca de Mahler como figura de transición: Fragmento Der Abschied - La Despedida de su obra La Canción de la Tierra. Por Sir Simon Rattle.