En las próximas cuatro entradas, vamos a hacer el análisis de la música francesa a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Es el momento en que la música en Francia despertará del largo letargo en que estuvo sumida desde los gloriosos tiempos de Rameau y Couperin.
Este renacimiento se produce tanto a nivel operístico como desde el punto de vista sinfónico y cameristico.
En la primera de estas entradas, nos ocuparemos de ese renacimiento de la ópera francesa. Antes del estreno del Fausto de Gounod, Paris vive como ninguna otra capital de Europa, la invasión de la ópera italiana. Solo la postura solitaria de Berlioz da la batalla al italianismo, representado en las figuras anacrónicas de Auber, Herold, Cherubini y Meyerbeer. La Ópera de Paris no sale del marco fácil de la ópera italiana al servicio de argumentos hechos de los tópicos de la novela romántica, vestidos con una falsa brillantez. Solamente Berlioz en la ópera seria y Offenbach en la Ópera cómica francesa, intentan una emancipación de la ópera italiana.
Wagner se estrella estrepitosamente con su Tannhäuser en 1860, en la Ópera de Paris.
El punto de inflexión, lo marcan dos hitos, por una parte la famosa carta de admiración del poeta Baudelaire a Richard Wagner que inicia una corriente de simpatía en los pintores, poetas y novelistas franceses hacia el Wagnerismo y que tiene su reflejo musical en la renovación sinfónica llevada a cabo por Cesar Franck y su escuela. Por otra parte y desde una corriente musical puramente francesa, el estreno en 1859 de Fausto de Gounod, representa el primer paso de emancipación de la ópera francesa. A Fausto tenemos que añadir dos grandes óperas que sitúan a la ópera francesa a la altura de la época, Samson y Dalila de Camile Saint-Saens y por supuesto la imperecedera obra de Bizet, Carmen.
En la segunda entrada, trataremos de la renovación sinfónica de la música francesa. El último cuarto de siglo XIX presenció la actividad de un número elevado de compositores franceses reunidos en Paris en los que se percibe un cambio importante en su orientación. Componían sinfonías, obras para piano y música de cámara y de este modo producían una nueva música no siempre bien recibida en otros países.
El lenguaje wagneriano se impuso de modo aplastante a los compositores franceses que en mayor o menor medida se bañaban en las armonías sensuales de Wagner. No olvidemos por otra parte que Wagner se convirtió en el dios de los poetas simbolistas. Este será el caso de la renovación emprendida por Franck y su escuela (D´indy y Chausson.) En estos compositores, nos damos cuenta de que imposible de darle la espalda a la música alemana. Se trata de una música extrañamente ambivalente, en cuanto se advierte la intensa influencia wagneriana, pese a los esfuerzos frenéticos de los compositores franceses por evitarlo.
En la tercera entrada, analizaremos la obra y el estilo de tres compositores que abordan también la renovación sinfónica desde una perspectiva menos alemana y más típicamente francesa. Se trata de Saint Saens cuyo estilo clásico evita los acordes supersensuales de Franck y su escuela. En esta línea asimismo Lalo, también formalista pero cuya música recoge acentos populares que le dan un toque de pintoresquismo y finalmente, Emanuel Chabrier, cuyo estilo originalísimo se sitúa entre el formalismo, el pintoresquismo y la influencia franckista.
En la cuarta entrada, dedicada a la escuela francesa, nos ocuparemos de la música francesa en el tránsito hacia el siglo XX, desde géneros bien distintos. Gabriel Fauré, resume en el piano, todas la apetencias románticas, con su arte sobrio, sutil, de pura y clásica belleza. En el tránsito de Carmen de Bizet a Pelleas y Melisande de Debussy, se sitúan las figuras del sensual Massenet y del excéntrico Charpentier y finalmente la solitaria postura sinfónica que mantiene Paul Dukas, cuyo scherzo el Aprendiz de Brujo, constituye de algún modo una culminación del siglo XIX francés.
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