Rossini – Donizetti – Bellini. El Bel
Canto
El siglo XIX recibe del anterior el culto
hacia la ópera italiana. La primera mitad del siglo XIX aparece pues
monopolizada por ésta. La misma enseñanza de la música aparece subordinada al
cometido operístico. Incluso políticamente la ópera parece un pregón de
liberalismo. Bajo la influencia liberal de María
Cristina de Nápoles se crea el conservatorio de Madrid regido por Permanini,
cantante italiano.
Es una época en que el nombre de Rossini
y el Bel Canto desalienta todo
intento de reacción nacionalista contra la ópera italiana.: en los centros
musicales de la época, Viena, Paris, Londres, las compañías llevan el nombre de
Rossini como bandera y aplastan cualquier posible polémica.
La ópera sigue siendo el gran espectáculo por excelencia. Los teatros de ópera
reciben ya su carácter de la burguesía triunfante. En la ópera se han librado
también las batallas románticas. Las obras literarias que el romanticismo
coloca a la cabeza pasan a la opera; la ópera italiana es la gran novela
romántica puesta en música. Al principio parece acercarse a un idealismo tierno
y fantástico: Walter Scott es el modelo.
En el centro, tendremos Verdi, sobre todo en su segunda mitad, pura encarnación del dramatismo, buscador de
libretos en las obras de Shakespeare, cuya incorporación a la ópera italiana
presenta caracteres muy diversos del Shakespeare visto por los románticos
alemanes.
En Italia, el arte dramático estaba en decadencia desde el final del siglo XVIII,
después de Cimarosa 1749-1801 autor del matrimonio secreto. La ópera se
convierte en símbolo de la unidad política y aplasta el mundo musical restante.
En Italia, la maravillosa tradición sinfónica, las escuelas de violín y de
piano, todo, salvo Paganini, cae en el último plano ante el triunfo de Rossini
y después de Verdi.
Caso parecido ocurre en España
con la triste diferencia de ser invadidos y no tener capacidad para ser
protagonistas. El conservatorio de Madrid está entregado a la ópera italiana.
Todas las óperas de compositores españoles fracasan. Son los años de Carnicer
y Eslava. Se inicia el capítulo del teatro popular, andalucista, sin
pretensiones de altura. La zarzuela está en la puerta, pero
sirviendo a un modelo cuya forma viene de Paris, de la ópera cómica.
En Francia, la primera mitad del siglo XIX es una época secundaria en cuanto a la
originalidad de la producción dramática; solo destaca Berlioz y morirará
incomprendido, mientras el público desprecia su poder y realismo dramático y
aplaude el virtuosismo vocal. En Francia pueden citarse después de Boieldieu,
los nombres de Adam, Herold y Auber.
Rossini – Donizetti – Bellini
Desde 1810, fecha de la primera ópera de Rossini, hasta 1848, año de
fallecimiento de Donizetti, estos tres compositores dominaron la ópera
italiana. Constituyen la esencia del Bel
Canto como forma contrapuesta a las majestuosas óperas en italiano creadas por
Meyerbeer
y Cherubini en Paris. Las óperas del Bel Canto apuntan al
entretenimiento. Es posible que Weber haya reflejado su interés por
el pueblo alemán, y que Fidelio de Beethoven
apuntase a valores espirituales. Nada de esto interesaba a los compositores del
Bel Canto que practicaban un arte emotivo e exhibicionista. Como consecuencia
sus óperas eran muy populares. Para los italianos se quejaba Berlioz
“La música es un placer sensual y nada más.
Desean una partitura que, como el plato de macarrones, pueda ser asimilado
inmediatamente sin que se vean obligados a pensar en el asunto, o incluso
prestarle atención.”
Más tarde las óperas de espectáculo de Meyerbeer, las óperas psicológicas
de Verdi
y los dramas con música de Wagner, desplazaron de la escena a
la ópera del Bel Canto. Solo un puñado de obras sobrevivieron: El Barbero de Sevilla de Rossini, Lucia de Lammermoor, L´Elisir d´amore de Donizetti y Norma de Bellini. Si se tiene en cuenta
que Rossini compuso treinta y nueve operas, Donizetti alrededor de setenta y
Bellini once, ese muestrario no es muy
importante.
La ópera del Bel Canto estaba basada en una formula y se apoyaba esencialmente en el recurso a la
cavatina
y la cabaletta. La cavatina, lenta y lírica, estaba destinada a
demostrar una línea del cantante, a exhibir su capacidad para sostener una
larga frase sin pérdida de la belleza, del tono, el matiz y el color. A la
cavatina seguía una última sección denominada cabaletta, en la cual el
virtuosismo del cantante ejercía su influencia. La combinación del tono puro y
la técnica brillante constituían el bel canto. Gran parte de este tipo de canto
provenía de los castrados. Rossini había oído a algunos de los grandes
castrados, y sabia de lo que eran capaces; sabía también que los grandes no
eran meros exhibicionistas. Los que poseían gusto estaban en condiciones de
conmover a sus oyentes con la pureza, la belleza e incluso con la pasión de su
canto.
Este ideal (la técnica más el gusto) no se realizaba siempre. Más aún que
el resto de los músicos, los cantantes de ópera tendían a abusar de sus
prerrogativas. Para satisfacerlos el compositor tenía que demostrar la
diplomacia de un Talleyrand. Rossini
siempre estaba luchando con la falta de gusto de muchos cantantes.
Operas como churros
En Italia, durante el primer tercio de siglo, el compositor llegaba a una
casa de ópera, componía una ópera en unas tres semanas, dirigía las tres
primeras representaciones y pasaba a la ciudad siguiente: óperas como churros.
La ópera trabajaba de este modo; era un negocio, y cuanto más veloz el
movimiento tanto mejor. Rara vez se publicaban las óperas y como Rossini y sus
contemporáneos sabían que en la ciudad siguiente no habían escuchado su última ópera,
tranquilamente extraía partes de ella y las presentaba como nuevas
creaciones. De este modo Rossini solo
necesitó trece días para completar su
Barbero de Sevilla. “Siempre supe que
Rossini era perezoso”, bromeaba Donizetti cuando le hablaron de esta
hazaña. Donizetti sabía de lo que estaba hablando pues había necesitado
solamente ocho días para terminar el Elisir
D´amore. Mendelssohn, que estaba recorriendo Italia, se maravillaba y
divertía con este modo italiano de componer opera. Mendelssohn, la industriosa
hormiga alemana y Donizetti la cigarra italiana.
Los compositores del Bel canto podían producir partituras con tanta rapidez
porque de hecho componían operas con arreglo a una formula, todas
elaboradas más o menos del mismo modo: a
un coro inicial seguían las arias y los conjuntos cuidadosamente calibrados,
cada uno apostado con la rigidez de los soldados de un pelotón militar en
posición de firmes, todos y cada uno en el lugar exacto. Los dos actos terminaban
cada uno con un coro resonante. Rossini se mostró cruelmente franco al juzgar
este método de trabajo:
“Nada acicatea más la
inspiración tanto como la necesidad,
trátese de la presencia de un copista que espera el trabajo que uno tiene que
realizar, o la presión ejercida por un empresario. Compuse la obertura de la “Gazza
Ladra” el día del estreno en el teatro
mismo, donde me encerró el director y estaba sometido a la vigilancia de los
utilleros, que tenían orden de arrojar
mi texto por la ventana página por página a los copistas que esperaban abajo
para transcribirlo. Sino había páginas , había orden de arrojarme a mí mismo
por la ventana. Estuve mejor en el caso del Barbero, no compuse una obertura y
en cambio elegí una que estaba destinada a una ópera semiseria llamada
Elisabeth. El público se mostró del todo satisfecho.”
Prácticamente en muchas operas de Rossini y Donizetti y en varias de
Bellini, hay trabajo chapucero, autoplagio y cinismo.
Rossini (1792 – 1868)
Recibe en Bolonia las enseñanzas del P. Tesei y se hace célebre por sus
habilidades instrumentales y entra en la composición por el trillado camino de
la sinfonía y de la cantata. En 1813 con el estreno de Tancredo, entra en el camino de la apoteosis. La italiana en Argel 1813, Elisabeth
1815, Otello 1816, El Barbero de Sevilla 1816, Moisés 1818, la Donna del Lago 1819, Zelmira
1822 y Guillermo Tell 1825 marcan
los puntos culminantes del éxito de Rossini.
Las oberturas construidas por lo general bajo la forma de sonata, además de
sus melodías que hicieron de ellas un éxito, revelan un orquestador de una
habilidad diabólica que exalta hasta el máximo grado la música pura.
Tenía genio, y también ingenio y chispa. “Dadme una lista de prendas enviadas a la lavandería y yo le pondré
música.” Se vanagloriaba Rossini. El principal factor que contribuyó a la
fama de Rossini fue la melodía; aunque de mala gana, así lo reconoce Wagner.
“Rossini, volvió la espalda a la pedante
acumulación de partituras densas y escuchó la voz del pueblo, que cantaba sin
una nota escrita.” “La melodía desnuda, grata al oído, absolutamente melódica,
la melodía que no era más que melodía y no otra cosa.” Wagner llegaba a la
conclusión de que con Rossini, “la
relación de la opera con la vida real toca a su fin, pues se desechaba todo lo
que significara pretensión de drama y se permitía que el ejecutante considerase
que el virtuosismo era su única meta.” Wagner estaba dispuesto como veremos
a corregir la situación.
El Barbero de Sevilla, la más grande de las óperas buffas, consiguió que la música de Rossini
hiciese furor en todas las casas de opera europeas.
Hoy se recuerda a Rossini principalmente en su condición de autor de óperas
bufas pero las óperas serias y trágicas fueron apreciadas en su tiempo. Otello,
Moisés, Guillermo Tell. El propio Beethoven admiraba el Barbero y dijo al compositor que debía
producir muchas obras más por el estilo. Schubert incorporo el famoso
crescendo de Rossini y otros recursos.
Hacia 1830, Rossini dejó de componer, y aunque vivió treinta y nueve años más
nunca volvió a escribir para el público. Su retiro es un misterio, objeto de
muchas conjeturas. Sin duda, compuso dos obras religiosas en gran escala y se
entretuvo componiendo muchas piezas breves para piano. En sus óperas Rossini
nunca fue parte del mundo romántico. Pero escuchaba todo, y en sus obras como
el Stabat
Mater y la Petite Messe Solennelle (obra maestra) empleó armonías mucho
más arriesgadas que en todo lo que puede hallarse en sus óperas.
En su retiro debe valorarse que hacia 1830 el romanticismo estaba
abriéndose paso, y Rossini era un antirromantico. Detestaba la estridencia, las
excentricidades, las afectaciones del nuevo movimiento. Sobre todo odiaba el
nuevo estilo de canto. Una nueva estirpe, la de los tenores de notas altas,
hacia furor, y Rossini despreciaba todo los que ellos representaban. “Que pase, pero que deje su do sostenido en
el perchero, puede recogerlo al salir”, dijo Rossini cuando le anunciaron
la visita de Tamberlik, tenor de la época.
También hay que tener en cuenta que Rossini se preguntaría si su público lo
abandonaría o no en favor de los nuevos dioses, y especialmente de Meyerbeer. Rossini que había sido el rey
de la opera europea durante tantos años. Con seguridad no veía con buenos ojos
la posibilidad de que se lo considerase una reliquia del pasado. Wienstock, biógrafo de Rossini, señala, “Nada en el sugiere la posibilidad de que
compitiera o deseara competir con el compositor de los Hugonotes o con el de
Nabucco.”
Vamos a escuchar algunas de las
oberturas más representativas y populares de Rossini:
La italiana en Argel. Ópera bufa en dos actos gracias a la cual el músico vuelve la espalda a
la antigua ópera italiana. Un sentido innato de las situaciones teatrales y de
su explotación musical, una instrumentación cuyo brillo solo iguala su
refinamiento, tanto en las arias y los maravillosos conjuntos como en la
célebre obertura. La sencillez melódica y la eficacia dramática no cesan de
asombrarnos y el sabor y los colores instrumentales, sobre todo el riquísimo de
los instrumentos de viento, madera y metal son un verdadero encanto.
La Gazza Ladra (la Urraca Ladrona)
Con una orquestación
cargada, esta ilustre página comienza con un rasgo genial: los redobles de
tambor anuncian a la vez el drama que va a desarrollarse y el acontecimiento
musical que va a tener lugar, obra maestra de efecto teatral.
La Escala de Seda. Construida sobre dos temas, forman toda la sustancia de esta página
infinitamente seductora que por su instrumentación rebuscada y su elegante
verbo, anuncia ya al gran Rossini.
Semiramis. Se trata de una obra ambiciosa en la que la invención melódica, siempre
tan rica, se alía a una expresión dramática de gran potencia que prefigura la gran opera francesa tal como la
concibe después Meyerbeer. Sin duda es de
las oberturas más bellas escritas por Rossini. Página de infinita seducción que
debería hacer cambiar de parecer a los detractores de Rossini.
La primera mitad de la vida de Rossini se desenvuelve con arreglo al patrón
del compositor afortunado de óperas. El contrapunto de los nacionalismos
musicales (Weber en Viena y Berlioz en Francia) da el triunfo de Rossini un énfasis
especial. Rossini se detiene en las mismas puertas del Romanticismo; A pesar de
sus deseos de estar a la corriente, Rossini, adinerado y volteriano, se retira
a tiempo, siendo una estampa perfectamente antirromantica.
Su Obra y Estilo.
Dos óperas opuestas sirven para llegar a la esencia de su estilo. El
Barbero de Sevilla y Guillermo Tell.
El Barbero de Sevilla, corona gloriosamente la simpática e intensa historia de la ópera bufa. La
obra atiende fundamentalmente al patrón dieciochesco, pero mostrando una
perfecta asimilación de las novedades mozartianas que pueden ser útiles en el
cuadro italiano. Sobre un marco tradicional, Rossini organiza una orquestación
fulgurante y sencilla, un ritmo genialmente inquieto, donde caen con gracia,
perlas de melancolía muy de su tiempo. En esta partitura genial, Rossini
ensancha el cuadro de la ópera bufa hasta convertirla en una gran comedia de
carácter con una finura psicológica que nos asombra. Todo ello de una soberbia
sencillez y perfectamente irresistible.
Guillermo Tell, el último gran éxito de Rossini nos presenta una ópera que conoce ya las
inquietudes románticas. No en vano Rossini ha podido vivir en Viena la grandeza
Beethoviana y la hermosa música de Weber. En la instrumentación, en la
misma melodía, Guillermo Tell es contemporáneo de los años del primer
romanticismo, los años que ponen en moda
a Walter Scott. La obertura
dividida en cuatro partes bien distintas, no toma ningún motivo de la ópera y
constituye en sí misma un verdadero poema sinfónico.
Comienza con un breve
andante dominado por el canto de un lirismo enloquecido de los violines y
contrabajos, evocación bucólica de gran pureza melódica. La segunda sección
describe la tempestad que se aproxima y estalla. La tercera parte, el corno
ingles canta el celebérrimo tema de la melodía pastoril. La cuarta parte es una
deslumbrante marcha (que hace felices aun a muchas bandas musicales y es la
providencia salvadora de los dibujos animados. celeberrima marcha de Guillermo Tell)
La obertura de Guillermo Tell y la del Barbero de Sevilla, permanecen en el
reportorio sinfónico y ahí vive el mejor resumen de su estilo.
Su asombrosa facilidad melódica, su brillante estilo y su dinamismo ejercen
todavía gran atracción a pesar de su indiferencia casi total para las
innovaciones armónicas.
Bellini y
Donizetti
Bellini (1801-1835) y Donizetti (1797-1848)
no dan ningún paso más en el viejo cuadro. Bellini, músico sensible y dotado
para la melodía, ha representado en sus melodías los años parisienses de aurora
del romanticismo. Sus óperas son pobres de trama escénica que se acerca al
molde estático de la cantata, riquísimas de melodía, mientras que Donizetti
intenta agudizar más el contraste romántico. El enorme triunfo de Bellini en
Paris, la admiración y amistad de Chopin, su silueta perfectamente romántica,
deja un testimonio de dulzura y de simpatía antes de la gran época italiana.
Tres óperas bastan para perpetuar el nombre de Bellini. Tres obras maestras
del Bel Canto romántico, Los Puritanos, la Sonnambula y Norma.
La Sonnambula es una ópera semiseria
(1831), una tremenda favorita en su época y que todavía sigue en el repertorio.
Tiene sus momentos encantadores, pero las obras más representativas de Bellini
son Norma
(1831) e I Puritani (1835). Incluyen muchas de las arias que son la
esencia de Bellini: la melodía prolongada, como un arco que se tiende
lentamente sobre un bajo arpegiado. Bellini estaba obsesionado con la melodía. Incluso Wagner, que detestaba la
mayor parte de la música italiana, se mostró sensible a Norma. Dijo de las óperas
de Bellini que eran “todo corazón,
relacionadas con las palabras.” Y
aunque Rossini y Donizetti también habían creado melodías largas y lentas, no
tenían la intensidad peculiar de las de Bellini. Las melodías de Rossini
exhiben una orientación clásica y en cambio las de Bellini son románticas.
Verdi admiraba en Bellini, “las
melodías muy largas, tales como nadie ha compuesto antes.” Su música atrajo
a los grandes cantantes, incluso más que las de Rossini, que respondían de esta
manera al romanticismo implícito en las arias de Bellini.
Se admite que Norma es su opera más grande, aunque I Puritani tiene más
brillo. Una melodía segura e
infinitamente prolongada como la de Casta Diva, que se desarrolla de
compás en compás, perfectamente proporcionada, casta pero al mismo tiempo
colmada de pasión, determina una influencia inolvidable cuando está bien cantada. El de Norma no es un papel
fácil. Exige una soprano dramática de flexibilidad desusada. Más avanzado el
siglo, alguna soprano alemana destacaría que prefería cantar tres Brünnhildas seguidas antes que una Norma.
A juicio de muchos Norma es la esencia del Bel Canto.
Escuchamos ahora algunas
arias de su ópera la Sonnambula
Y finalmente algunas arias
de la célebre Norma
Las composiciones puramente instrumentales de Bellini son poco numerosas y
preceden a sus óperas. Relativamente poco conocido es el concierto para oboe en mi bemol pero que lleva el sello del
compositor. Los dos movimientos de este encantador concierto permiten sin duda
comprender mejor las afinidades que unían a dos genios tan parecidos en su
elegancia aristocrática y su sublime romanticismo.
Sin la muerte de Bellini y el silencio de Rossini, Donizetti no habría podido encabezar el movimiento musical
italiano. Su pasmosa facilidad le permiten escribir varias operas por año. En
1835 estrena su mejor obra, Lucia de Lamermoor, que junto a Don
Pascuale y L´elisir d´amore perduran todavía hoy
Donizetti, fue todavía más prolífico que Rossini. Tenía donaire y estilo, y
abusaba constantemente de su talento, pues componía mucho y con excesiva
rapidez. Como todos los compositores de opera italianos, se desplazaba
constantemente y recorría Italia de un extremo a otro. En sus mejores
creaciones fue un compositor elegante, y sus óperas cómicas tienen el tipo de
invención melódica, de gusto y de brío que solo Rossini sabia aportar a la
música.
Con esta serie de músicos poco profundos pero dotados para el teatro y para el tratamiento de la belleza vocal a la que otorgan un papel primordial, finaliza la época de los primeros románticos italianos.
En la próxima entrada veremos que pasaba en la ópera en Alemania a través
de la genial figura de Carl María von Weber y asistiremos
al éxito arrollador de la Gran Opera en la figura hoy olvidada de Giacomo
Meyerbeer, que dominó de forma abrumadora la escena operística durante
gran parte del siglo XIX.
Gracias, gracias, gracias por esta página tan ilustrativa, tan amena, tan generosa y tan de buen gusto. íVuelve uno a creer en la civilización!
ResponderEliminarCierto uno vuelve a creer en la civilización cuando nos ocupamos de estas cosas
ResponderEliminarUn millón de gracias a ti.