Opera en
Alemania en la primera mitad de siglo: Carl María von Weber
La Gran Opera:
Meyerbeer, Cherubini. Auber y la opera cómica
Nacido en 1786 y fallecido el 5 de junio de 1826, a la edad de cuarenta
años, murió en 1826 un año antes que Beethoven y dos años antes que Schubert.
Este hombre aristocrático, inteligente y enérgico fue una figura
fascinante, un auténtico genio, cuya tragedia más grande fue que nació unos
treinta años antes de su tiempo.
Admirado por los románticos, hombre delgado y enfermizo, fue un pianista
importante y un virtuoso que realizaba giras adelantándose de este modo a su
época. Padecía la enfermedad de moda, la consunción. Poseía el tipo de mente
inquieta que es típico de los románticos. Le interesaba la litografía y se
orientaba hacia los trabajos literarios y escribió críticas de libros, poemas,
una novela inconclusa y muchos artículos de periódicos, muchos de ellos consagrados
a la literatura musical. Fue fundador de una asociación llamada Hannoiuscher Verei, destinada a
presentar y explicar los principios románticos.
La Música de Weber, escribía Chorley “es
instinto junto con espíritu de esos tiempos antiguos, cuando en los bosques se
murmuraban los presagios y pronosticaban
batallas los horribles fantasmas que blandían los brazos y desplegaban
sus estandartes. Esta fantasía tiene su matiz de superstición, y exhibe el
tinte nacarado del país de los Sueños, ese color vigoroso que irradia a través
de un ventanal blasonado y adornado con muchos retoques antiguos y extraños.”
Weber era todo eso para los románticos. Franz
Liszt exclamó gritos de admiración cuando le presentaron la
invitación a la danza y la sonata en la bemol. Liszt y los restantes
pianistas románticos ejecutaban con frecuencia a Weber.
Weber dará una batalla plenamente romántica contra la ópera italiana, y
contra el éxito de Rossini. El tipo humano de Weber encarna los ideales
románticos. Basta leer las memoria de Wagner para darse cuenta del fanatismo
personal y musical, que despertó entre la generación inmediatamente posterior a
Beethoven. Weber ve la música desde un plano puramente alemán en contacto con
la mejor literatura de su tiempo.
Su música es buen símbolo de la reacción nacionalista que se despierta en
Alemania después de la derrota napoleónica y de la división espiritual entre la
Alemania del Norte y Viena.
El Teatro
Lirico Nacional y Weber.
Weber centra todas sus energías en la ópera, aunque abundantes destellos de
su genial fantasía queden en las sonatas para piano. Partiendo de Don Juan y de la Flauta Mágica, de
Mozart y después de tantear felizmente el género de la ópera cómica con Abahassan
1811, Weber desarrolla en el Cazador furtivo (Der Freischütz) 1821,
Euryanthe
1823 y en Oberon
1826, todo un sistema destinado a culminar en Wagner: empleo de la leyenda
germánica, arias cercanas a la intensa expresión del lied, atisbos del
leitmotiv, concretados de manera genial en las oberturas. Todo obedece a un
primado de musicalidad alemana que sobresales de una estructura escénica aun
tradicional.
Ya en 1813 Weber contempló la
posibilidad de componer una ópera acerca de la leyenda de Tannhauser. Si hubiera cristalizado, se habría anticipado treinta
años a Wagner. Pero se adelantó a
Wagner en otros aspectos. Como director, fue unos de los primeros que exigió el
control total de todos los aspectos de una producción operística. Implantó los
ensayos por secciones y ejerció como Wagner una total autoridad.
Tenía acentuadas ideas pangermánicas acerca de la ópera. Como el mismo
explicaba en 1817, perseguía “una obra de
arte completa e integral en la cual todos los ingredientes aportados por las
artes concurrentes desapareciesen en el proceso de la fusión, y al perecer así
contribuyeran a formar un universo completamente nuevo.” Cuarenta años más
tarde, Wagner defendía la obra de arte total.
Fue un organizador brillante que revolucionó la opera de Dresde y la
reorganizó a su imagen y semejanza, e incluso consiguió que se tradujeran al
alemán algunos libretos italianos y franceses.
El Cazador Furtivo.
A los ojos de los románticos de la primera generación, el gran hombre después de Beethoven era Karl
María von Weber. Si puede asignarse a determinada composición el mérito de
haber iniciado la época romántica en el campo de la música, esa obra es el cazador
furtivo.
El estreno del Cazador Furtivo tuvo apariencia de acontecimiento nacional, temible golpe a la ópera italiana. Lo mas particularmente alemán es el tema ( ambiente de romanticismo negro con el que gozaba entonces el público). Muchas de sus páginas tienen un color popular y un caracter nacional, como el coro de los campesinos o el coro de la damas de honor. Esta obra maestra está marcada sobre todo por la poderosa y original personalidad de Weber, quien supo hallar acentos, colores y un movimiento dramatico totalmente nuevos.
El estreno del Cazador Furtivo tuvo apariencia de acontecimiento nacional, temible golpe a la ópera italiana. Lo mas particularmente alemán es el tema ( ambiente de romanticismo negro con el que gozaba entonces el público). Muchas de sus páginas tienen un color popular y un caracter nacional, como el coro de los campesinos o el coro de la damas de honor. Esta obra maestra está marcada sobre todo por la poderosa y original personalidad de Weber, quien supo hallar acentos, colores y un movimiento dramatico totalmente nuevos.
El Cazador furtivo convirtió a Weber en el fundador de la opera romántica
alemana. Tres de las cuatro grandes óperas de Mozart se cantaban en italiano y
la obra en alemán, la Flauta Mágica,
no hizo escuela como tampoco lo hizo Fidelio
y mucho menos las olvidadas operas de
Schubert.
La escena en la Cañada del Lobo, con su misterio y encanto, la evocación
del poder del mal, la descripción de la naturaleza y su colorido directo, su
fuerza y su imaginación, todo impresionó a Europa con tremenda fuerza y
contribuyó al lanzamiento de la nueva tendencia.
Es una obertura construida
como movimiento sinfónico que determina la temática de la obra. Fue en su época
una considerable innovación que anunciaba ya las obras con programa de Berlioz
y Liszt, o las primeras oberturas de Wagner. El propio Weber habló de una
unidad de tono fundamental de su ópera atormentada por lo sobrenatural y bañada
por lo fantástico. La lenta introducción con la trompa simboliza a los
cazadores y al bosque, verdadero personaje de la acción. En el alegro
escuchamos con los mismos colores sombríos, un motivo aterrador. El final con
un motivo para clarinete nos lleva hasta el canto de amor de Agata, de una
intensa alegría. Los motivos maléficos resuenan todavía, pero un luminoso do
mayor consagra con el canto de Agata la victoria del día sobre la noche, del
bien y del amor sobre las potencias infernales.
Obertura de Euryanthe. Música esplendida de una transparencia mozartiana y de una invención
armónica y de timbres dignas de Berlioz.
Todos pueden escuchar esas extraña armonías de la obertura y advertir en
ellas la anticipación del ciclo del anillo.
Obertura de Oberón. Es un cuento de hadas musical y su maravillosa obertura nos conduce desde
los primeros compases, al borde del mundo encantado de los elfos, de los que
Oberón es el Rey.
Toda la vida del compositor estuvo orientada hacia el teatro y sus
creaciones instrumentales están impregnadas por éste. Su gloria póstuma reposa
sobre las tres obras liricas citadas y aparece ligada a la creación de una
ópera nacional alemana que a pesar de sus imperfecciones, tendrá innegables
influencias en los compositores de la primera parte del siglo XIX.
Sin embargo no debe olvidarse que
Weber es también autor de obras
concertantes.
Dos sinfonías. La primera sinfonía debería ser redescubierta como testimonio de una
evolución hacia el romanticismo, no en la forma pero si en las coloraciones
instrumentales, especialmente en el andante donde se da gran importancia a los
instrumentos de madera.
Tres conciertos para piano. Del segundo concierto en mi
bemol opus 32, debe destacarse su adagio de gran inspiración melódica.
El concierto opus 79 en fa
menor ha conocido mejor destino (el Concertstück).
La obra se titula “El Retorno de la
Cruzada”.
Un argumento poético que
reproducimos teniendo en cuenta su encanto anecdótico como el de una pequeña
novela de caballería. “Largueto: La castellana está sentada en su terraza e
interroga tristemente el horizonte; su caballero ha partido para tierra santa y
han pasado los años. ¿Acaso vive aún? ¿Le volverá a ver algún día? Ruega a Dios
pero en vano. Allegro apasionato: de repente una visión radiante se presenta a
su torturado espíritu y se ve a su esposo herido, abandonado en el campo de
batalla. Quien pudiera volar y morir con él. Adagio y tempo di marcha: Pero
escuchad! ¿Que son eso ruidos que se oyen a lo lejos? En el borde del bosque,
las armaduras brillan en el crepúsculo y los caballeros y sus escuderos
llevando la cruz y las banderas ondeantes se aproximan entre las aclamaciones
del pueblo. Piu posso y presto assai ¡Hele aquí, ha llegado. Y ella se
precipita en sus brazos. ¡Infinita felicidad! Los bosques y las olas del océano
proclaman con mil voces el triunfo de la felicidad del amor.
No se trata de un concierto en el sentido clásico, sino más bien de una
pieza de concierto, de un pequeño poema sinfónico antes de que existiera el género
dividido en cuatro secciones.
Dos conciertos para
clarinete y orquesta, instrumento que Weber
amaba mucho, uno en fa mayor opus 73 y otro en si bemol mayor
opus 74.
Weber compuso además varias páginas para piano (cuatro sonatas) una Misa y
numerosos Lied.
La Opera
Histórica. Meyerbeer. Cherubini. Auber
Mientras los alemanes concentraban sus esfuerzos en la forma sonata y la
música absoluta, los franceses suministraban una música que a juicio de la
aristocracia y del público, desde Lisboa a San Petersburgo, era tan sugestiva y
agradable que se mantuvo en el repertorio todo el siglo XIX. La Gran Opera francesa del Alemán Giacomo Meyerbeer y sus coetáneos, que
sucedió a las óperas del Bel canto de Rossini y Bellini, recorrió el mundo.
Es posible que Wagner tuviese sus teorías, su gran orquesta y sus temas,
sus armonías atrevidas y su visión de futuro, pero los franceses sabían cómo
satisfacer el paladar. Al Bel Canto con su
voz, voz y más voz le sucedieron compositores como Meyerbeer, Auber, Harold que ofrecían en la
Opera de Paris, un suministro incesante de espectáculo,
espectáculo y más espectáculo.
En la Opera de Paris, Luigi
Cherubini anticipó la opera de espectáculo con grandes fuegos y otros
fenómenos naturales simulados en escena (Lodoiska
1791 y Medée 1797). Boïeldieu ponía música a libretos tan
exóticos como el Califa de Bagdag
(1800). En ese momento no existía en el mundo una escuela operística semejante.
La ópera alemana estaba aislada, y apenas unas pocas obras (la Flauta Mágica y
Don Juan o el Cazador Furtivo) atraían la atención internacional.
Durante la década de 1830, cuando el nombre de Meyerbeer era famoso, la
Opera de Paris constituía un gran negocio. Es decir una empresa
burguesa. El Director de la Opera, el primero de ellos Louis Veron, gran
personalidad de la época, la administraba como una empresa comercial y se hacía
de oro. Es la época en que la clase gobernante, los banqueros, industriales y
la burguesía que gobernaba a Paris y la nación se complacían en ser burgueses.
El propio Rey se enorgullecía de ser burgués y a juicio de muchos el reinado de
Luis Felipe era intolerablemente gris. “La
France s´ennuie” se quejaba Lamartine.
Louis Veron traía ideas nuevas acerca del repertorio y durante los cuatro
años que desempeñó su puesto como director, convirtió a la Opera de Paris en la
casa más prestigiosa de Europa.
Junto a Louis Veron, otro personaje de gran magnitud fue Auguste
Levasseur, jefe de la claque de la Opera de Paris; vivía en la
Opera, era alto y robusto, un verdadero Hércules, dotado de un par de manos,
fue creado y puesto en el mundo para cumplir la función de miembro y cabeza de
la claque.
Pero así como los cantantes sentían que necesitaban los servicios de
Auguste, muchos compositores de opera francesa se habrían sentido desamparados
sin un libreto de otro personaje imprescindible en la escena, Eugene
Scribe, libretista oficial. Sus libretos no se atenían a los modelos
clásicos y guardaban escasa relación con la mitología y los temas clásicos de
la tragedia lírica, tan queridos para la Academie
Royale de Musique.
Scribe se complacía sobre todo haciendo incursiones en el melodrama
histórico. (Robert le Diable, Le Prophete, los Hugonotes y la Africana de
Meyerbeer; La Judía de Halevy; la Dama Blanca de Boieldieu; El Conde Ory de
Rossini; Las Visperas Siciliana de Verdi; Ali Baba de Cherubini; La favorita de
Donizetti; y Fra Diavolo de Auber.) Hoy su prosa nos parece descolorida y
rancia, pero el público de la época percibió un sentido social en sus obras y
libretos acerca de los pueblos oprimidos y los grupos minoritarios. Scribe
colabora directamente con los compositores, y así elaboró una fórmula: Al igual
que en la ópera italiana, sus libretos empezaban con un coro, las arias y
conjuntos se ajustaban a un plan meditado. Todo calculado para representar un auténtico
superespectaculo
Veamos una reseña en el Courrier Français
acerca de la ópera La Judía
de Halevy:
“Octava maravilla del mundo. Los atuendos
de los guerreros, los civiles y los eclesiásticos no han sido imitados sino
reproducidos en los más mínimos detalles. La armadura ya no es cartón; se la
fabricó con metal autentico. ¡Vemos hombres de hierro, de plata y de oro! Los
caballos equipados con la misma
fidelidad histórica que sus jinetes se vuelven y corvean.” Esto era la gran
opera. Esto era Scribe y también Veron.
Escuchamos
una selección de La Judía
La ópera La Muette de Auber, tenía una partitura refinada,
melodiosa, ricamente instrumentada, que le permitió mantenerse en escena a lo
largo de todo el siglo. El siguiente gran éxito después de la obra de Auber,
fue Guillermo Tell, de Rossini en
1829, también un tremendo espectáculo escénico y muchos lo calificaron como su
mejor obra.
Cuando se hace cargo de la Opera, Veron quiso repetir estos dos grandes
éxitos. Y en 1831 presentó Robert le Diable de Meyerbeer. Era una ópera
romántica en cuanto a la temática de los caballeros medievales y el demonio.
Por primera vez se usó gas en la escena francesa. Robert le Diable fue tal
éxito que eclipsó todo lo que se había visto en Paris hasta ese momento.
Resultó tan popular al igual que las siguientes operas de Meyerbeer que
prácticamente puso fin a la locura de Rossini en Europa. Con la excepción de
Guillermo Tell ¿cómo era posible que la música esbelta de Rossini, con su
pentagrama transparente, resistiese las salvas de artillería de la heroica
orquesta de Meyerbeer? No podía. Después de haber visto Robert le Diable el público
exigió que todas las nuevas operas alcanzaran el mismo nivel de espectáculo.
Meyerbeer que conquistó tanta fama en Paris, nació en Berlín. Poseía
talento para el teatro y se sentía cómodo únicamente componiendo óperas. El
romanticismo, introducido en la opera por Meyerbeer cuya carrera se divide
entre Alemania, Italia y Francia, se manifiesta por la búsqueda de efectos de gusto un tanto dudoso. Sus óperas alemanas
apenas tienen éxito y se instala en Venecia
en 1815 bajo el consejo de Salieri. Asimila con facilidad el estilo
puesto de moda por Rossini y compone seis operas italianas.
Los reproches de su amigo Weber le hacen volver a su país natal, en el que
fue escasamente receptivo a los caminos abiertos por Weber. Luego pasó a Paris
donde las figuras más importantes son Auber, Mehul, Cherubini y Spontini.
Spontini (1774-1815) era una especie
de compositor premeyerbeeriano cuyas dos
óperas más famosas fueron La Vestale y
Fernand Cortez. Berlioz creyó que la
Vestale era la opera más importante desde Gluck y constituye una muestra
temprana de la gran opera.
En 1826 cuando Meyerbeer llega a Paris, la opera había tocado el nivel más
bajo. La casa de la opera era un juguete de la aristocracia. Las producciones
eran mediocres y las representaciones carecían de interés. Verón fue el hombre
que tuvo el talento y la capacidad administrativa necesarios para revitalizar
la Opera de Paris e incorporar nuevas obras al repertorio. En 1839, cuando
Meyerbeer regresó a Paris, encontró un campo casi despejado, solamente
necesitaba componer algo en el estilo de la Muette
o de Guillermo Tell. Su
extraordinaria facilidad de asimilación de géneros hace que se adapte a las
exigencias de la escena francesa.
Meyerbeer no trabajaba de prisa. A Robert le Diable 1831, siguieron los
Hugonotes 1836, Le Prophete
1849, La Estrella del Norte 1854 y en
1865 un éxito póstumo La Africana. No
tenía motivos para apresurarse. Cada una de sus óperas tomaba por asalto a
Europa, y nadie, ni siquiera Rossini, conquistó jamás tan increíble
popularidad. Hasta llegar a los grandes éxitos de Verdi, a principios de 1850,
no existió un compositor de óperas que pudiera competir con Meyerbeer.
Sabía lo que el público deseaba, y creaba sus obras decidido a
satisfacerlo. Debía ofrecerse un espectáculo. Era necesario incluir partes
vocales brillantes, pero las arias no debían durar demasiado. Nadie debía
aburrirse. Dejemos la caracterización y
los desarrollos a cargo de los alemanes. Dejemos el Bel Canto a los italianos.
La orquestación tenía que ser brillante y enérgica, con acumulación de
superfortissimos. Tenía que incluirse coros imponentes y por supuesto ballets.
Los mejores músicos contemporáneos comprendían que las óperas de Meyerbeer
no eran más que hábiles collages.
Mendelssohn se burlaba : “ Son melodías para silbar, armonías para
las personas educadas, instrumentación para los alemanes, contradanza para los
franceses, algo para cada uno…..pero no hay sinceridad en todo eso.”
Mendelssohn daba en el clavo.
George Sand decía de los Hugonotes: “No me interesa ir a la opera para ver
degollarse a los católicos y los protestantes con el acompañamiento de la
música compuesta por un judío….Hay más música en un minúsculo preludio de
Chopin que en las cuatro horas de trompeteos de los Hugonotes.”
Para Schumann, Meyerbeer era el más perverso de los compositores, el
corruptor del gusto. “Los Hugonotes
ejemplifica la vulgaridad, la deformación, la falta de naturalidad, la
inmoralidad y la antimusicalidad.”
Los alemanes no eran los únicos enemigos de las óperas de Meyerbeer. Los
amantes del Bel Canto acusaban a Meyerbeer de arruinar el arte del canto.
Pero Meyerbeer era inmune a las críticas. Durante la mayor parte del siglo
e incluso en tiempos de Wagner, Meyerbeer fue uno de los compositores más
populares. Verdi fue el otro.
Maestro en el arte de amalgamar géneros y asimilar estilos, Meyerbeer
conservará el sentido del interés dramático, de la declamación y del colorido
orquestal. Artista bastante superficial con un estilo inflado que oculta una
ausencia de seriedad y originalidad, tuvo un papel bastante activo en su tiempo
en cuanto a la evolución del teatro lirico. Las siguientes generaciones
abandonaron pronto el lado ficticio y vacío de esta música.
Las óperas de Meyerbeer, hoy no son más que piezas de época, desprovistas
de toda actualidad e interés, pero en su época hubo grandes músicos y toda la crítica
que las tomaba muy en serio. Como observaba Berlioz
de mala gana “la influencia de Meyerbeer
y la presión que ejercía sobre los administradores, los artistas, los críticos
y el público con su inmensa fortuna, por lo menos tan grandes como las que
ejercía con su auténtico talento ecléctico determinaban que cualquier éxito serio en la Opera sea casi imposible.”
Wagner acertaba también en sus opiniones acerca de las óperas de Meyerbeer, pero
sus escritos destilan tanto veneno que suscitan un sentimiento de incomodidad:
“Es como un estornino que
sigue al arado en el campo y gozosamente atrapa la lombriz que acaba de aparecer
en el surco.” “Meyerbeer, necesita un revoltijo monstruoso, multicolor,
histórico romántico, diabólico religioso, fanático libidinoso, sacro frívolo,
misterioso criminal, dramático sentimental, donde hallar material para una
extraña música quimérica.”
Wagner odiaba a Meyerbeer, un competidor, acaudalado y de éxito y lo que
era peor un judío.
Pero muchos compositores cayeron en las redes de Meyerbeer y se apresuraban
en algunas de sus obras a imitar su fórmula. Wagner lo hizo en Rienzi y Verdi
en Aida, salvando las distancias todo hay que decirlo.
Escuchamos algunos fragmentos de su música:
Cherubini 1760-1842
Hoy está tan en desuso como Meyerbeer, si bien en su época fue considerado
nada menos que por Beethoven no solo como uno de los maestros, sino también
como uno de los inmortales. Sin embargo, Medea
es la única de sus treinta operas que roza el repertorio del siglo XX, y de
tarde en tarde la obertura de Creonte.
Tenía fama de hombre intolerante, de mal carácter y lengua afilada y podía
ser cruel.
El problema de Cherubini es que su música es de manual. Se desarrolla
exactamente como dicen los libros que debe desarrollarse. Una ojeada a una
cualquiera de sus partituras, las óperas, el réquiem, la música de cámara,
muestran melodías severas y pulcras y un marco armónico muy conservador.
Intentar explicar su timidez armónica, afirmando que Cherubini era un
clasicista no sirve. Mozart, era sin duda clasicista y consiguió en Don Juan lo
que Cherubini ni siquiera pudo comenzar a imaginar en Medea. En esencia se
limitaba a seguir a Gluck.
Los compositores de la década de 1830 a 1840 que podían componer operas que
lograban afrontar la competencia de Meyerbeer, incluyen a Auber, a Herold
con Zampa y a Halévy con La Judía, única opera que compuso pero
que le dio fama mundial.
La ópera cómica
En la Opera-Comique, una casa que se remonta a 1715, se desarrollaba
una actividad igualmente intensa. Durante la década de 1830 a 1840 el
repertorio de la Opera-Comique fue de carácter ligero, y las óperas tenían
dialogo hablado (requisito para
presentar una obra en este ámbito.) Más avanzado el siglo, la norma se
desdibujó, y la Comique presentó obras como Carmen
de Bizet (1875) que en realidad era una tragedia. Y a veces hasta se prescindió
del dialogo hablado. Los mejores compositores de la Opera-Comique produjeron un
material ingenioso, hábil y civilizado. Obras como la Dame Blanche de Boïeldieu, Fra Diavolo y Domino Soir de Auber fueron representadas y todavía
hoy se producen.
Auber (1782-1871)
Auber, fue la fuerza dominante de su época en la Opera-Comique. A la larga la
gracia y el refinamiento de la música creada por Auber han demostrado que eran
cualidades más duraderas que los espectáculos y grandes resonancias orquestales
de Meyerbeer; ciertamente más duraderos que todo lo que se produjo en la Opera
o en otros escenarios parisienses, hasta la presentación de Fausto
de Gounod
en 1859, aunque entonces nadie lo creyese así o creyéndolo, nadie se atrevía a
decirlo en voz alta.
Qué vergüenza… Cómo tira a Meyerbeer por los suelos; cuando habla de sus contemporáneos no incluye la admiración que le tenían Chopin, Tchaikovsky, Liszt, Berlioz o el propio Rossini.
ResponderEliminarY no habla de “ Los judíos en la música” el panfleto antisemita producto de la envidia y el odio que Wagner le dedicó y que influyó en la prohibición de su música por el 3 Reich.
Bravo por su mirada objetiva.
Le recomiendo que escuche Struensee y que opine por sí mismo.
Nadie tira a Meyerbeer por los suelos por lo menos en el Siglo XXI. Vamos a situar las cosas con eso que usted llama "objetividad"
ResponderEliminar¿ A usted le gusta Meyerbeer ? si es así, no sabe cuanto me alegro. Lo esencial de la música es la música misma. Todo cuanto se escriba acerca del arte del sonido y de los músicos, del contexto de la época y lo escriba quien lo escriba es sencillamente EXTRA-Musical. Puede gustar o interesar más o menos, pero no es musical.
A los efectos de si nos gusta o no la música de Meyerbeer tienen la misma relevancia las consideraciones de Clara Schumann, de su marido o de Mendelssohn como si Chopin o Liszt tomaban amigablemente café con él todas las tardes. Es decir ninguna relevancia.
El amigo Berlioz que usted menciona: observaba de mala gana “la influencia de Meyerbeer y la PRESIÓN que ejercía sobre los administradores, los artistas, los críticos y el público con su inmensa fortuna, por lo menos tan grande como las que ejercía con su auténtico talento ecléctico determinaban que cualquier éxito serio en la Opera sea casi imposible.”
¿Realmente, en 2023 se va usted a tomar en serio comentarios como estos, o como el de Mendelssohn, por cierto también judío, por cierto también prohibido? De paso le digo que me gusta Mendelssohn bastante más que Meyerbeer.
¿No comprende usted que son comentarios hechos dentro un contexto histórico y artístico determinado ?
¿¡¡Qué tiene que ver el antisemitismo de Wagner y de gran parte de los artistas e intelectuales de romanticismo alemán del XIX con la barbarie del Tercer Reich?!!!
El antisemitismo, es un concepto que usted confunde con el racismo y la barbarie y sus consecuencias, entre otras, la denigración del Arte de occidente judío o gentil.
Permítame que observe con todo respeto que su comentario, HOY, se repite en muchas voces de manera insensata con el fin de vincular el Arte de Wagner y de tantos otros con el Nacionalsocialismo ¿Le suena Richard Strauss?, ¿Carl Orff? ¿Karl Böhm? ¿Karajan? Pues todos nazis, todos brujos y todos juntos, incluido Wagner tomaban cerveza por las noches a la salud del Führer. Llevo tiempo oyendo la misma canción por increíble que parezca a estas alturas de siglo que sigue llenando espacios por doquier a costa a veces de la difamación.
Desde el punto de vista musical, El "odio" de Wagner hacia Meyerbeer, tiene su fundamento en la impotencia y frustración por los fracasos del propio Wagner en aquel momento en París. "Humano, demasiado humano". Entre artistas siempre ha habido querellas.
Struensee, si tengo oportunidad lo escucharé, no tengo prejuicios ni con Meyerbeer ni con ninguna música. También le diré que para gustos se hicieron los colores y también los sonidos.
Agradecido por su comentario y por su visita.