Mozart - Un milagro musical. Europeísmo y
prerromanticismo
Vida y
ObraOperas: el Rapto del Serrallo, las Bodas de Fígaro, Don Juan y La Flauta mágica
Música religiosa: Réquiem y Misa en do menor
Música Sinfónica: Las Sinfonías
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) La perfección es la nota fundamental que debe colocarse al lado de la música de Mozart: perfección para todos los
géneros. La primacía del estilo, garantía de una pasmosa fecundidad va llena
hasta rebosar de una inspiración inagotable, inseparable de una técnica
infalible, de una técnica personal que acierta a descubrir todas las necesarias
influencias, desde Bach hasta la ópera italiana, pasando por Mannheim y por la
música francesa. Mozart intuye todas las revoluciones latentes del mundo que le
rodea.
El repaso al catálogo de sus obras impresiona: todos,
absolutamente todos los géneros e instrumentos han recibido el toque de gracia
de la música Mozartiana.
Las mejores cosas de la Europa de la Ilustración del
dieciocho, se reflejan en la música mozartiana. En primer lugar, el europeísmo: Mozart realiza la perfecta fusión entre el mundo de la ópera
italiana y del sinfonismo alemán todavía muy en su origen. El ideal de
cortesía, tan propicio a caer en una cultura ornamental, rococó, lo recoge
superándolo a través de una vitalidad extraordinaria. No es que Mozart sea un
producto de la Viena apasionada y sonriente sino que Mozart ha contribuido a
crear como constante del espíritu europeo, a la misma Viena, porque sin Mozart
todo el siglo XIX vienés carecería de sentido. Mozart muere en el momento de
iniciarse las consecuencias europeas de la revolución francesa.
Prerromanticismo. La línea angustiada y
angustiosa de la literatura contemporánea busca a toda costa un Mozart que vaya
más allá de la sonrisa. Aun partiendo de ella se la escucha con la nostalgia de
un paraíso perdido. Dejando aparte la literatura, es indudable que la vitalidad
mozartiana apunta hacia mundos que buscarán en ella su raíz: Wagner verá en la flauta
mágica el primer capítulo de la ópera
nacional alemana. La historia, tan romántica del réquiem, tendrá su
comienzo, sin duda en el inacabado de Mozart. En la antología de la pasión
dramática se coloca siempre el final de Don Juan; está claro que la música
de Mozart rebasa por si misma las posibilidades expresivas del clavecín y baste
recordar la fantasía en do menor para probarlo.
Nacido en Salzburgo, desde los tres años revela unas
aptitudes fabulosas para la música. Recibe sus lecciones de música de su padre Leopoldo,
violinista, compositor, pero sobre todo gran pedagogo.
Mozart fue uno de los niños prodigios más explotados
de la historia y pago el precio correspondiente. El resultado de una niñez
deformada con frecuencia lleva a una edad adulta deformada. La tragedia de
Mozart es que creció apoyándose en su padre y que no consiguió afrontar las
exigencias de la sociedad y la vida. Shlichetegroll, primer biógrafo de
Mozart, escribe: “Pues así como este
extraño ser pronto se convirtió en hombre por lo que se refiere a su arte, casi
siempre continuó un niño en los restantes asuntos. Nunca aprendió a gobernarse.
No tenía sentido para el orden doméstico, la administración razonable del
dinero, la moderación y la elección sensata de los placeres, siempre necesitaba
una mano que le guiara”
En 1762, el padre con sus dos niños emprende una gira
que dura tres años a través de Múnich, Viena, Bruselas y Paris en donde se
recogen las primeras obras de Mozart. En 1768 recibe el encargo de la Corte
para componer la Finta Semplice. En todas partes el joven Mozart encandila a los
auditorios por su habilidad como clavecinista y organista.
Que Mozart era en efecto un músico excepcional, en su
tiempo nadie lo discutió. A la edad de tres años comenzó a arrancar melodías al
piano. Tenía el oído tan delicado que los sonidos estridentes lo enfermaban
físicamente. Y no solo era delicado, sino que poseía un timbre perfecto. A los
cuatros años ya decía a sus mayores que sus violines estaban desafinados un
cuarto de tono. Mozart se relacionó con todos los músicos importantes de su
época y con todos los tipos de música, y su increíble cerebro absorbió y retuvo
todas estas experiencias.
Franz Niemetschek escribió en su biografía: “Este
hombre, tan excepcional como artista, no era igualmente grande en los restantes
aspectos.”
Su nombre era noticia permanente, sobre todo cuando asombraba a Europa con sus fantásticas
hazañas infantiles.
En 1770 estrena en Milán la opera Mitriades y dos años más
tarde Lucio Silla. Mientras tanto recorre Alemania. En 1777-1778, va
a Mannheim donde conoce a la famosa escuela y también conocerá a Haydn. En 1778
viaja a Paris donde vivirá aislado y pobre con su madre que morirá en esta
ciudad ese año. Y allí permanece casi un año, donde obtiene grandes éxitos y
toca en presencia de María Antonieta.
De retorno a Salzburgo y habiendo madurado después de
las duras pruebas a las que se ha visto sometido, aceptará y retomará su puesto
de maestro de capilla del Arzobispo. Las tensiones y diferencias musicales con
sus colegas le llevan en 1781 a trasladarse a vivir a Viena, donde frecuentará
a Haydn y se casará en 1782 con Constanza Weber, mujer joven y agradable pero
algo frívola y desprovista igual que Mozart de buen juicio para la
administración de la economía familiar.
En Múnich en 1781 estrena su primera ópera importante Idomeneo.
Entra al servicio directo de la pequeña corte del arzobispo de Salzburgo en
Viena. En 1782 estrena el Rapto Del Serrallo con
extraordinario éxito. Ese mismo año se casa con Constanza Weber. En 1786 estrena
las
Bodas de Fígaro y pasará a Praga con un éxito extraordinario. Es
nombrado compositor de la Corte. Al año siguiente estrena con poco éxito Don
Juan, pero que lo obtiene clamoroso en Praga.
En 1790 estrena con éxito Cossi Tan Futte. Estos
éxitos terminan con la Flauta Mágica. Mozart tendrá que
luchar permanentemente contra la miseria, recurriendo frecuentemente a la ayuda
económica de sus amigos. Problemas, obstáculos y fracasos se acumulan en su
camino. Sufrirá la indiferencia de un público que solo gusta y se apasiona con
la música italiana. Aplastado por el trabajo y gravemente afectado por la
muerte de su padre en 1787, Mozart muere el 5 de diciembre de 1791. Se dice que
una tormenta de nieve dispersó a sus amigos que habían venido a su entierro.
Fue inhumado en la fosa común.
Existe una característica muy antirromantica en Mozart
que es la disparidad que existe entre su vida y su obra. Su vida casi siempre
en la pobreza, a veces mezquina, conserva siempre un espíritu infantil. A la
pobreza y miseria de su vida le falta la altivez, el sentido de misión que
tiene en la vida el artista romántico y de su música como autobiográfica.
Un músico tan dotado no podía tener dificultades para
hallar un cargo lucrativo, pero Mozart nunca lo consiguió pese a que dedico la
vida entera a buscarlo.
Se convirtió en
un hombre complicado con una vida difícil y un talento inaudito para hacerse
enemigos.
Era Mozart el mejor de sus contemporáneos;
identificaba sin equivocarse la mediocridad que lo rodeaba (y también a las
grandes figuras, profesando un profundo por Haydn, Christian Bach...) y sus
juicios musicales nunca erraban.
Mozart vive en el mismo mundo que Haydn pero
completamente opuesto a la paz dorada de la que disfruta la vida de éste.
Mozart no tiene un señor como Esterhazy, amante de la buena música, que
convierte al servidor en respetable amigo. Los éxitos de las óperas de Mozart
al no existir aun el público en el sentido romántico y burgués de la palabra,
tampoco le proporcionan una situación económica estable.
Una aproximación a su catálogo de obras, solo de
formas grandes, sobrecoge. Este podría ser un resumen suficientemente
expresivo:
Once operas completas; cincuenta sinfonías; veinte misas, veintinueve
conciertos para piano y orquesta, siete para violín y orquesta, uno para dos
pianos y orquesta, uno para tres pianos y orquesta, tres para flauta y
orquesta, uno para flauta arpa y orquesta, cuatro para trompa y orquesta, uno
para fagot y orquesta, uno para oboe y orquesta y uno para clarinete y orquesta.
Además veinticuatro cuartetos, dieciocho sonatas para piano, treinta y tres
para violín y piano.
Las óperas
Mozart fue el primero que logró
que la ópera cómica trascendiera al mero entretenimiento. Comprendió la
supremacía de la música y en una carta dirigida a su padre escribió lo
siguiente: “En una ópera, la poesía tiene
que ser la hija obediente de la música.”
En otra carta reflexiona acerca de la ópera en
general: “Por qué las óperas italianas
complacen por doquier a pesar de sus libretos miserables, incluso en Paris
donde yo mismo presencie su éxito. Precisamente porque en ellas reina la música
suprema y cuando una la escucha olvida el resto. La ópera tiene el éxito
asegurado cuando el argumento está bien desarrollado, las palabras fueron
escritas exclusivamente para la música y no dispersadas aquí y allá para
adaptarlas a una rima miserable…La mejor situación prevalece cuando un buen
compositor, que comprende la escena y tiene talento suficiente para formular
sugerencias sonoras, se reúne con un poeta capaz.”
Si ciertas de sus obras se acercan al género de la ópera,
como Idomeneo
(1781) Don Juan (1787), la mayor parte de ellas fueron operas cómicas.
Las primeras partituras (Bastien y Bastienne 1768 y El Rey Pastor
1775) todavía están impregnadas del espíritu Italiano.
Pero en Alemania, la ópera cómica francesa y la ópera
bufa italiana se fusionan y dan lugar a la formación de un nuevo género, el Singspiel creado por Hiller en Leipzig (1728-1804). El Singspiel nace como una demanda
del pueblo y de la pequeña burguesía que no acaban de aceptar el arte italiano.
Mozart lo
convertirá en una verdadera forma de arte, introduciendo en la ópera seria los
elementos de la ópera bufa, desarrollando los finales y multiplicando los
coros. A este concepto pertenece, el Rapto en el Serrallo 1781, turquería muy al gusto
de la época, que es compuesta por orden de Joseph II; Las Bodas de Fígaro 1785,
síntesis perfecta de texto y música, Cosi fan Tutte 1790 cima del género
y la Flauta
mágica, especie de opera fantástica.
El Singspiel es representación
escénica con texto y canciones, a medio camino entre la comedia y la ópera.
Dependiendo de la extensión e importancia de la música y de las canciones con
respecto a los diálogos hablados, puede estar más próximo a la ópera o a la
comedia. Singspiel, el cual floreció en Alemania y Austria durante la segunda mitad
del siglo XVIII y cuya evolución daría origen a la ópera romántica alemana. El singspiel nace como réplica
alemana a la ópera Italiana. En todo caso es un género teatral típicamente
alemán en la línea de la ópera cómica francesa, de la opera ballade Inglesa y
la Zarzuela Española. Entre las obras más importantes desde el punto de vista
literario de este género se encuentran Erwin und Elmire (1775) y Claudine von
Villa Bella (1776), de Johann Wolfgang von Goethe. En el aspecto musical
destacan, sobre todo, El rapto en el serrallo (1782) y La flauta mágica (1791),
de Wolfgang Amadeus Mozart, que resultan difíciles de diferenciar de la ópera.
Volviendo a las óperas de Mozart, aparecen en un
tiempo dominado plenamente por el italianismo; los esfuerzos de Gluck fueron laudables y
revolucionarios desde el punto de vista de la escena, pero flojean desde el
punto de vista estrictamente musical.
Mozart irrumpe en el mundo de la opera a través del
fluido carácter de la ópera cómica. Los libretos siguen el patrón de entonces,
que son libretos ingenuos y picaros a la vez. Mozart aplicará a los mismos su
inmensa técnica orquestal y, sin salirse de los límites permitidos por el
teatro de entonces, logra una gracia, movilidad y color extraordinarios.
Perfecto conocedor de las voces, especialmente de las
femeninas consigue genialmente combinar un tono general de alegría, de
vitalidad, con cierta melancolía que dan a las arias su particular encanto.
Todos los personajes, incluso los secundarios están tratados con todo detalle y
con la más exquisita musicalidad. El Rapto del Serrallo, Cossi Fan Tutte; Las
Bodas de Fígaro, están en esta línea ingenua, deliciosa y perfecta
musicalmente.
Las Bodas de Fígaro inauguran un mundo
operístico nuevo. Es un mundo nuevo poblado de personajes reales, y la música
revela lo que son en realidad, dignos de ser amados, vanos, caprichosos, egoístas
y ambiciosos. En resumen, seres humanos.
En 1781 Mozart todavía no conocía a ese poeta. Lorenzo
da Ponte, nacido en 1749, sacerdote italiano de origen judío. Da Ponte
y Mozart unieron sus fuerzas para realizar una adaptación operística de las
Bodas de Fígaro, la pieza de Beaumarchais. Es sorprendente que se permitiese la representación de un tema
tan explosivo (cómo un par de plebeyos ingeniosos burlan a un aristócrata). La
pieza original en efecto contenía las simientes de la revolución como lo
comprendieron algunos de los observadores más sagaces, como la baronesa d´Oberkirch,
quien vio como los grandes señores y sus damas se divertían con la comedia de
Beaumarchais, y observó: “Llegará un día
en que lo lamentaran.”
En el Rapto del
Serrallo, en el aria O wie ängstgich (Oh, cuan ansiosamente) cuenta Mozart a su padre: “¿Quieres saber cómo la exprese, e incluso
indique la vibración de su corazón? Con los dos violines que tocan octavas. Es
el aria favorita de todos los que la han escuchado y también la mía. Uno siente
el temblor, el desfallecimiento, y ve como comienza a inflamarse su corazón;
eso lo expresé con un crescendo. Uno oye los murmullos y los suspiros, y los
indiqué con los primeros violines con sordina y una flauta que tocan al
unísono.”
Non so piu - Cecilia Bartoli - Le Nozze di Figaro
Duettino Sull'aria Le nozze di Figaro
Don Juan y La Flauta mágica merecen comentario aparte. El clásico tema de Don Juan es recogido por
Mozart en todo su aliento cómico y demoniaco a la vez; Cada personaje femenino
aporta un matiz singular de vocalidad en permanente contraste con la figura del
protagonista. La ópera, que se desarrolla dentro del patrón normal de ligereza,
adquiere al final un matiz de extraordinario dramatismo, con una orquesta nueva
como expresión y como poder.
Don Juan es la ópera de Mozart que más significado
tuvo para los románticos del siglo XIX. En efecto es la más romántica de sus óperas,
del mismo modo que la más intensa y la más ultraterrena (a los románticos les
encantaba especialmente la escena del cementerio y la última aparición del
comendador.) Muchos sostienen que Don Juan es la opera más grande jamás compuesta.
La obertura ya determina el clima. Con acordes disminuidos de séptima y una
escala en re menor, Mozart crea un sentimiento de ansiedad, de intensidad, de
angustia, de horror inminente. Hacia el final de la opera reaparece la escala y
uno siente que se le erizan los pelos. Es un efecto colosal obtenido con medios
sencillos. No puede extrañar que sedujera a los románticos. Don Juan en un personaje cínico, disipado, decadente, un héroe
moderno, que está dispuesto a morir por sus principios.
“¡arrepiéntete!” Exclama la aparición del Comendador. “¡No! dice Don Juan.
“ ¡Arrepiéntete!” “¡No!”, y se abre el infierno.
Commendatore scene - Don Giovanni
The Queen of the Night Aria - La Flauta magica
Música Religiosa
En cuestiones religiosas, la época se caracteriza por su incredulidad.
La música religiosa, es sobre todo una música para las capillas de los
palacios, para las Iglesias construidas con estética rococó de salón. Es una
música plenamente profanizada y construida con las mismas reglas que la música
operística.
Maestro de Capilla durante varios años, escribe poco
para órgano pero compone motetes, Letanías, Vísperas, varias misas y el
Réquiem.
Como hombre de su tiempo, Mozart no muestra una
religiosidad muy honda, salvo al tratar un tema que le obsesiona: “la muerte, clave de nuestra felicidad”.
La música religiosa de Mozart tiene un especial aire de ternura devota. Debe
señalarse la espléndida construcción de sus misas, donde la técnica
contrapuntística, el esplendor de la fuga brillan de manera maravillosa. Mozart
fue uno de los músicos de su tiempo que se acercó con admiración y con interés
a la obra de J.S Bach. Su misa de Réquiem, rodeada de
misteriosos presentimientos y misteriosas circunstancias, fue el primer capítulo
para toda la historia romántica del réquiem.
Escribió su música religiosa según las costumbres de
la época y presenta un estilo brillante y exterior, muy similar al que estaba
entonces de moda en el teatro.
“Mozart, siempre inspiradísimo en sus obras vienesas, estuvo especialmente
inspirado cuando compuso esta misa. Es imposible no pensar esto, porque todos
los movimientos son maravillosos: la belleza y delicadeza de la voz humana en
medio del poderoso coro en el Kyrie, el sobrenatural Domine, el sobrecogedor
Qui tollis, el hermoso Et incarnatus, por no hablar del contrapunto bachiano de
las partes corales, y toda la maestría operística mozartiana que respiran los
conjuntos vocales del Domine, el Quoniam, y el Benedictus. Una obra que,
probablemente está a la altura de las grandes obras litúrgicas de todos los tiempos, si es que no lo está
ya.” (Acertadísimos comentarios sacados de:
Su inmortal Réquiem. El "Réquiem
Aeternam", el "Dies Irae" el "Kyrie", el "Domine
Jesu" y toda la gigantesca visión del Juicio Universal, sin duda algo de
lo más sublime que en música haya jamás concebido la mente humana.
Aquí unas muestras del Introitus y el Kyrie según
opinión general totalmente originales de Mozart
Música Sinfónica
La doble influencia del sinfonismo italiano y de la
escuela de Mannheim explican solo en parte la maravillosa obra sinfónica de
Mozart. En esta música deben incluirse los numerosos conciertos para los más
diversos instrumentos y la orquesta.
Mozart aplica la forma sonata tal y como llega a su
madurez en el clasicismo vienes: se produce la unión entre un metodismo, una
inspiración muy vocal, con el sentido temático propio de la gran forma.
Mozart no violenta los instrumentos como Bach,
no los usa fuera de sus campos y extensiones habituales; Su técnica,
prodigiosa, inseparables de su inspiración, les hace llegar sin esfuerzo al
máximo de expresividad.
Desde las primeras sinfonías de Mozart se nota la
perfección, la especial desenvoltura en el mundo instrumental. Mozart va
asimilar todas corrientes en boga, por supuesto también las más ornamentales y
el estilo galante y a través de sus pentagramas, todas ellas adquieren una
especial gracia.
Las tres últimas sinfonías (mi bemol, sol menor, júpiter) constituyen la cima absoluta del clasicismo
vienes. El trabajo contrapuntístico de la última sinfonía, Júpiter, asombroso
para un tratadista, presenta a la audición unos valores únicos de claridad y
luz.
Los contemporáneos de la juventud de Mozart concebían las
sinfonías como un género derivado de la sinfonía italiana en tres partes (dos
movimientos lentos encuadrando otro vivo), desviada de su función inicial de
preludio a una obra dramática. En el siglo XVIII, el género se emancipó bajo la
influencia de la escuela de Mannheim bajo el báculo de Johann Stamitz. Un
cuarto movimiento, la mayor parte de las veces un minueto que ocupaba una
tercera posición, trastocó la simetría original, dando mayor importancia al
final.
Todas esas características, todas esas etapas se
encuentran a lo largo de la evolución mozartiana que comienza en Londres en
1764 con la sinfonía nº 1 K 16, cuando el niño no tenía más que ocho años,
y termina con la última sinfonía del hombre la numero 41 compuesta en 1788. A partir de la sinfonía
nº 33 la maestría formal es casi definitiva y el contenido expresivo
abre la vía a las últimas seis obras maestras, tres de ellas las más sublimes
que jamás se hayan compuesto.
La sinfonía nº 21 k 134 (1722), generalmente considerada la primera de la grandes sinfonías.
La Sinfonía nº 25 en sol menor K 183 (1773). La influencia de Haydn es apreciable en esta
obra. Tampoco se puede despreciar la influencia de los poetas y novelistas del
Sturn und Drang. Es testimonio de una maestría de escritura que la convierte en
prototipo de la gran sinfonía en sol menor K 550. La obra está recorrida de un
soplo de tragedia asombroso en un músico que no había alcanzado los dieciocho
años.
La Sinfonía nº 27 K 199 cuyo último movimiento está influenciado por
Haydn.
La Sinfonía nº 30 K 202 (1774) Nos sumerge en una atmosfera muy diferente a las anteriores.
La abundancia de las ideas melódicas, el alcance superficial del contrapunto
utilizado hasta entonces con un fin expresivo hacen de ella una obra de
transición bajo la cual apunta ya el ideal galante al que Mozart estará
obligado durante un tiempo a sacrificarse como lo hizo Haydn por la misma
época.
La Sinfonía nº 35 Haffnerº K 385 (1776) es la primera de las creaciones sinfónicas
digamos “importantes” de Mozart; casi todas las anteriores son muy tempranas
(las treinta primeras las tenía completadas a los dieciocho años) y en pocos
casos resisten la comparación con lo que por las mismas fechas estaba haciendo
su querido “Papá Haydn”, que fue quien cimentó el género. Concebida en
Salzburgo entre julio y agosto de 1782 como serenata -esto es, como “música de
fondo”- para una celebración de la familia Haffner, y estrenada en el
Burgtheater de Viena -mediando importantes arreglos- al año siguiente ya
propiamente como sinfonía, esta KV 385 se nos presenta hoy como un
puente entre las convenciones a las que tenía que atender en su ciudad natal,
de la que huía para liberarse de las condiciones de vida que implicaba estar al
servicio de los privilegiados -quizá también para escapar de la figura opresiva
de su padre-, y las novedades que estaba dispuesto a ofrecer en la capital del
Imperio para convertirse en un compositor libre de ataduras y respaldado por la
admiración del público.
La Sinfonía nº 36 Linz K 425 (1783). Se ha evocado a
menudo a Haydn a propósito de esta obra, tan rica y tan noble. No es una
injuria a su genio decir que el propósito de Mozart parece aquí muy diferente,
a la vez más grave y ambicioso. A través de las vacilaciones y de las rupturas
de tono de esta sinfonía, es fácil darse cuenta de a qué grado de maestría
formal y de madurez expresiva había llegado el compositor, levantando de un
golpe toda su producción sinfónica al nivel de las obras maestras que son los
dos primeros cuartetos de cuerda dedicados a Joseph Haydn o la misa en do
menor, compuesta en los meses anteriores. Es una de las más grandes obras de Mozart, fue
compuesta en 1783 y conocida como Linz
lugar donde fue compuesta por Mozart en muy poco tiempo. No se
tiene la certeza, pero se piensa que la Sinfonía no. 36 fue presentada sin ensayos previos a su
estreno.
La Sinfonía nº 38
Praga K 504 (1786). Dos días antes Mozart finaliza en Viena su concierto
para piano nº 25 K 503. Dos obras que marcan una profundización del pensamiento
mozartiano y una seguridad de escritura que ha llegado en este momento a la
cumbre. Dos obras magistrales y perfectamente complementarias.
Sinfonía nº 39 K 543. El empleo en esta obra del clarinete (instrumento masónico por excelencia)
ha hecho a veces titular a esta obra sinfonía masónica.
La celebérrima Sinfonía
nº 40 K 550 (1788). La orquestación es ligera: ni trompetas ni
timbales, pero ¡qué tensión patética, que impulsó en la angustia, qué fiebre!
Esto explica el favor que esta sinfonía obtuvo en la época romántica.
Symphony No. 41 "Jupiter" in C major (Harnoncourt)
En su Allegro Vivace,
si nuestro oído no ha llegado a comprender bien la maraña final de la sinfonía
en sol menor (nº 40), el comienzo de la sinfonía en do pierde una gran parte de
su significación. Según Brigitte y Jean
Massin, se ve en este movimiento la prolongación del problema final de la
obra precedente, lo que confirma las llamadas al unísono del comienzo,
impregnada del más triunfante heroísmo. En el apogeo de su genio, Mozart pone
fin a su última sinfonía, uniendo a una audacia desconocida y nunca igualada el
rigor del estilo fugado de los antiguos maestros en la limpidez de la forma
sonata.
Se ha querido ver en
sus tres últimas sinfonías el testamento. Es un periodo vital de extrema
miseria que acabará con su vida tres años más tarde y que da a estas páginas un
tomo de lucida afirmación, de una altura de visión y grandeza excepcionales.
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