El romanticismo literario es un movimiento que aparece en Alemania y en Inglaterra en el último
cuarto del siglo XVIII y poco a poco va ganando terreno en toda Europa. Pocas
veces en la historia de la música, podemos asistir a una unión entre el fenómeno
literario y el musical. El siglo XIX y el romanticismo literario sentirán obsesión por la música. El sentimiento será reciproco, pues
como veremos la música se llenará de significado literario.
Goethe, (1749-1832) escribe en
1774 Werther
y en 1790 su Fausto, permanente fuente de inspiración y obsesión de los músicos
románticos. La obra de los grandes poetas ingleses (Byron, Shelley, Keats) se
sitúa en el primer cuarto del siglo XIX. En Francia, la época romántica ya
anunciada por Rousseau empieza hacia 1820 con la publicación de las Meditaciones de Lamartine y dura hasta 1850. Chateaubriand (1768-1848)
es el principal iniciador, sin olvidar el prefacio de Cromwell 1827 de Víctor Hugo.
Pintores y escritores participan de una transformación del gusto artístico.
La música sigue la tendencia y durante
toda la primera mitad del siglo XIX se produce una verdadera revolución en el
terreno musical. Sobre todo se va a manifestar en los países germánicos, pero
cada nación participará en mayor o menor medida con sus particulares
tendencias, muchas de ellas a través del nacionalismo, hijo del romanticismo
De forma general, el romanticismo sustituye la
perfección abstracta del clasicismo, a
veces algo fría, por un lirismo que no es otra cosa que una manifestación del individualismo que empuja y
mueve al artista a reflejar en su obra, sus sentimientos, sus estados de ánimo,
sus alegrías y sus penas y a colocar la sensibilidad y la imaginación por
encima de la razón.
Situado en la unión de dos épocas con tendencias totalmente opuestas,
Beethoven experimenta en sus primeras composiciones la perfección clásica. Al
final de su vida contribuye al nacimiento de un arte que convulsionará todas
las costumbres musicales. Sus sucesores adoptan este nuevo estilo y se dejan
seducir por la libertad de expresión y el gusto por lo fantástico y legendario
que caracterizan esencialmente el genio romántico alemán.
En el puro terreno estético, solo la música puede reunir las condiciones
pedidas por los románticos; La libertad interior frente a la forma hecha, la
proyección sentimental, el regusto en la melancolía, solo encuentra cauce en
los músicos románticos.
Hegel plantea genialmente en su “Estética” la distinción entre el arte
clásico y el arte romántico; cuando Hegel percibe en el arte romántico la
expresión de la historia íntima del alma, se ha dado el gran paso para la
apoteosis de la música romántica. De su estética a la de Kant hay un abismo. Para Hegel la música es arte del sentimiento;
consideraba el sonido como un simple medio de transmisiones sin valor propio,
puesto que su carácter consiste precisamente en destruirse y aniquilarse
conforme se produce, quedando solo su resonancia en las profundidades del alma.
La música se concibe como un modo de liberación del neoclasicismo y como
instrumento de comprensión de la
naturaleza. Solo en la música puede
conocerse la naturaleza. Ninguno comprenderá la naturaleza si no posee un
órgano especial para ello, capaz de sentir la alegría innata del Creador.
Todo el significado del arte para Schopenhauer, se agota en la mera
concentración del interés en el aspecto de representación, refugiándose en el
único mundo donde la voluntad y el dolor no pueden llegar.
La música es una imagen de la voluntad misma, de sus disonancias, de sus
extravíos y de su ansia insaciable de búsqueda de solución y redención. Es la
realidad más perfecta, más fundamental, más general, pero está lejos de la
realidad misma. En la doctrina de Schopenhauer encuentra la música romántica su
exaltación más apoteósica y más peligrosa a la vez: es una doctrina que junta
en sí, sin separación, la hermosura de la música y el peligro de esa hermosura.
Si los escritores románticos, los alemanes de manera especial, se sienten
como en su casa cuando de música se habla, los músicos paralelamente, aparecen
llenos de inquietudes literarias. Después de las geniales intuiciones de
Beethoven, alguna de las cuales puede servir de símbolo al romanticismo, los
músicos alemanes defienden desde el periódico, desde las revistas, desde los
mismos libros, sus teorías.
No se trataba de una mera especulación musical que tan bien manejaban los
clásicos; la literatura musical en manos de Berlioz, de Weber, de Schumann, baja a terrenos más directamente polémicos,
donde se defienden no ya teorías, sino otras concepciones del mundo.
Antes del apogeo Wagneriano, Schumann simboliza como nadie este factor
literario, compañero de la creación musical.
En Alemania, la generación que forma el llamado primer romanticismo alemán aparece obsesionada con la
música. Los poetas y escritores alemanes se lanzan a la exaltación de la
música, (Novalis, Tieck, Górres) todos han dicho similares palabras. Los dos
términos que el romanticismo tan bien conjuga, amor y noche, solo parecen encontrar en la musica un vehículo
apropiado de expresión.
La unión de música y amor es fundamental para darse cuenta de esa especie
de predestinación musical del romanticismo. “Todo es música cuando se mira con los ojos del amor”. “El amor piensa con sonidos tiernos,”
dice Tieck. Goethe habla en el poema
elegiaco Marienbad de la doble
felicidad de los sonidos y del amor. La música es sinónimo de la electricidad;
la música es la transfiguración de la naturaleza; la música es el campo
eléctrico sobre el cual vive y crea el espíritu.
Goethe ha contestado en romántico a estas palabras: “La música nos da el presentimiento de un mundo más perfecto que los
sonidos expresan balbuciendo.” “La
vida es la música del alma.” “Por el templo de la música nos acercamos a
la Divinidad y en ella encontramos la verdadera resurrección.”
Los autores del romanticismo que muchos son también músicos, como Hoffman o como Ludwig
han creado figuras netamente románticas, donde la música organiza un mundo
nuevo con sus ángeles y demonios.
Las imprecisiones de concepto, la nebulosa vertida por los poetas en torno
a la música favoreció la ascensión de ésta. Si antes se amparaban en el llamado
estado poético todos los vuelos idealistas, ahora parecen monopolizados en el estado de
ensueño que solo la música crea. Esta indeterminación aparece favorecida
también por la mezcla romántica de las artes y la no menos romántica y germana
pretensión de sintetizarlas en una sola, aún antes de Wagner.
Pero estos caracteres de indeterminación y de mezcla en los generos
artísticos han repugnado siempre al espíritu francés. No podemos encontrar pues
un paralelo francés a la eclosión de la música entre los poetas románticos
alemanes.
Hasta la polémica wagneriana, hasta la famosa carta de Baudelaire a Wagner, los escritores
franceses, la misma George Sand, no profundizan en la música. Realmente la indiferencia musical de la elite
intelectual francesa tenía una excusa en la debilidad de los compositores de
renombre. Berlioz es totalmente incomprendido; se amaba la música como un
objeto curioso, decorativo y sin importancia, y eso era realmente. La vida
musical parisiense gira en torno a tres virtuosismos: el operístico, el
instrumental y el de la danza. La
literatura escrita en torno a ellos es una literatura ingeniosa, brillante,
tierna a veces y superficial siempre. Este estado de cosas empieza a cambiar
con el Fausto de Gounod y Carmen de Bizet pero sobre todo con la escuela de Cesar
Franck.
Tampoco se da en Francia una vuelta tan apasionada hacia Shakespeare como
se da en Alemania. Las metáforas musicales más bella del dramaturgo inglés
toman cuerpo entre los románticos alemanes, siendo en Francia el influjo mucho
menor.
En Inglaterra, durante la primera mitad del siglo los escritores encuentran un fácil
terreno musical en el comentario operístico. Podemos hablar de una literatura
hecha en torno al prestigio de la voz humana. La poesía de Shelley expresa
maravillosamente el encanto de la voz humana. Sus versos sirven de norma a las
alusiones musicales de un par de generaciones, por lo menos.
Coleridge maneja alusiones musicales
muy emparentadas con el romanticismo alemán mezcladas con un sentido para lo fantástico, con la
apreciación de ruidos y voces de la naturaleza. Carlyle se expresa
también en tono nebuloso: “todas las
cosas intimas son melodiosas y se expresan naturalmente por el canto.”
En Newman que era un excelente violinista, se concilian
romanticismo, técnica y una finura sentimental que le impiden caer en las
apasionadas pseudoteologicas de los románticos alemanes.
Edgar Poe es el escritor de la lengua inglesa que mejor representa los anhelos
fantásticos del romanticismo. Fiel al más puro romanticismo, asigna a la música
el sentido de lo impreciso y de lo irreal. “yo
sé que la imprecisión es un elemento de la música romántica; la música necesita
liberarse de toda precisión excesiva, de todo tono determinado, si no se la
quiere despojar de un golpe de su carácter etéreo, ideal, con lo que perdería
lo más característico de su poder.”
Poe trabaja en ese reino de lo
fantástico, en ese mundo musical con ángeles y demonios tan bien expresado por Hoffmann.
Los personajes de Hoffmann y los de Poe hacen compañía a toda la música
romántica con ese tránsito continuo entre el mundo real y el irreal.
Belleza, Naturaleza, Música y Amor, cuatro expresiones que siempre han estado presentes en la historia de la música
pero que solo en este movimiento literario se convierten en
atributos todas ellas juntas de la
Divinidad romántica.
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